Transcripción Exclusiva de El Frente Negro
Georges Sorel, el profeta frances del sindicalismo revolucionario, el autor de reflexiones sobre la violencia, resumió gran parte de su discurso vital en esta esquemática confesión: "mi biografía cabe en pocas líneas. Nací en Cherburgo el 2 de noviembre de 1847; curse estudios en el colegio dicha ciudad, con excepción de un año pasado en el colegio Rollin de París; asistí a la Ècole Polytechnique desde 1865 hasta 1867. En 1892 abandone la administración de puentes y caminos, una vez que puede hacerlo en forma honorable, es decir, cuando se me condecoró (la Legión de Honor es una constancia de buenos servicios para todos los funcionarios de cierta jerarquía), y ya había sido nombrado ingeniero-jefe. Hubiera podido solicitar el favor (que se concede a los funcionarios de puentes y caminos) de revisar con licencia indefinida, lo cual me había permitido conservar mis derechos a la jubilación, pero en cambio prefería pedir favores a nadie y por ello presenté mi renuncia".
Estos renglones sorelianos bastan para anoticiarnos de su vida oficial del funcionario técnico, pero no abarcan su segunda existencia, la que realmente cuenta en el: la labor recoleta de escritor y ensayista, de polemista y agitador social, que transcurre entre la última década del siglo XIX y la fecha de su muerte, en Boulogne-sur-Seine, el 28 de agosto de 1922.
La vida útil de Sorel puede sintetizarse mejor en el cuadro de algunas grandes influencias intelectuales que marcaron su pensamiento variado y no siempre coherente, ya que las soluciones del autor sobre sí mismo son escasas en su correspondencia y el resto de sus obras, como tal laboriosamente lo ha destacado Pierre Andreau en definitiva biografía. Es que lo que importa de veras de Sorel son sus ideas y no su vida privada, sobre todo la etapa de "publicista tardío" que más relevancia adquirió para la historia del pensamiento político revolucionario del mundo occidental.
Sorel pertenecía una familia de pequeño-burgueses emprendedores. Sus padres le legaron un modesto capital, lo que le permitió independizarse en el área de sus tareas oficiales para proseguir en la madurez su vocación de escritor (su primer artículo se publica en 1886 en la Revue Philosophique). El medio provinciano y católico de la vieja Francia glorificada por Charles Pèguy dejó rastros indelebles en su producción, por ejemplo en la oposición de Sorel frente al Cesarismo plebiscitaria de Napoleón III (segundo imperio) y a su breve regresó a los principios legitimistas compartidos por Charles Maurras y su Nationalisme intègral, casi al final de su larga vida.
Así, pues, no es raro encontrar entre las influencias intelectuales que se ejercieron sobre Sorel a Alexis de Tocqueville (a través de L`ancien Règime et la revolution), al rechazar, por una parte, el absolutismo monárquico y a criticar, por la otra, la Revolución Francesa por haber aumentado la preponderancia del estado en vista de la correlativa destrucción de todos los grupos intermediarios que pudieran amortiguar tales efectos. Sorel, en forma polémica es heredero también de Hipólito Taine y Ernesto Renan.
Acaso las influencias más decisivas sobre Sorel, sin las cuales puede resultar incomprensible buena parte de su producción, son: Pierre-Joseph Proudhon, Carlos Marx, Giambattista Vico y, desde principios del siglo XX, Henry Bergson.
Proudhon ("la propiedad es un robo") es el reflejo, para Sorel, de las virtudes francesas tradicionales: amor a la familia, exaltación del trabajo en medio en la pobreza, necesidad insaciable de libertad y lucha contra todo estatismo arbitrario, espíritu rebelde pero respetuoso a la vez de las tradiciones históricas. En Proudhon, más que comunidad de festivos o reformas concretas, encontrará Sorel una absoluta fidelidad a los valores morales, un pensamiento en agitación perpetua y una voluntad de intransigencia que desgarra a ambos en múltiples ocasiones.
Ya bajo el influjo de Marx, a quien empieza a conocer y criticar hacia 1893, sobre todo a través de sus discípulos franceses Jules Guesde y Paul Lafargue, Sorel continuará viendo en el socialismo, básicamente, un imperativo ético: "el socialismo es una cuestión moral, en el sentido de que aporta al mundo, por lo menos, una manera nueva de juzgar todos los actos humanos o, de acuerdo con una conocida expresión de Nietzsche, una transmutacion de todos los valores. [...] El socialismo no sabe si podrá, cuando podrá realizar sus actuales aspiraciones, porque el tiempo cambió tanto nuestras ideas morales como nuestras condiciones económicas; pero se presenta frente al mundo burgués como su adversario irreconciliables, y lo amenaza con una catástrofe moral mucho más que con una catástrofe material". Frente a Marx desarrollará Sorel una permanente polémica, cuyos resultados más maduros pueden apreciarse en "La descomposición del marxismo" (1908), trabajo en el que analiza agudamente las relaciones entre el reformismo y el espíritu revolucionario, y entre Marx y el marxismo.
El italiano Vico (1668-1744) le aporta su historicismo, su anti-naturalismo, su pragmatismo y, en especial, la idea de que "el hombre solo conoce lo que el mismo hace (o construye)", que Sorel separa por completo del contexto teológico en que lo insinúa Vico. Bergson, contemporáneo de Sorel en Francia, le suministra, entre otros, su concepto de "intuición", tan importante para Sorel como reivindicador de las fuerzas irracionales del hombre.
Aparte de los libros y los pensadores, la otra influencia sobresaliente experimentada por Sorel es la de su compañera de toda la vida, Marie-Euphrasie David, hija de campesinos pobres, obrera fabril y luego, de hotel en Lyon. En esta última ciudad, en 1875, atiende súbitamente digerido Sorel durante una enfermedad, y prolongada convivencia posterior de ambos dura hasta la muerte de la mujer en 1897. Respetuoso quizás en exceso del oposición que sus padres formularon a un posible casamiento, Sorel-incluso después de la muerte de sus progenitores-nunca pensó en legalizar su vínculo con Marie-Euphrasie .
A través de Marie-Euphrasie pudo Sorel comprender y presenciar muchos problemas de las clases pobres y campesina de Francia, tanto mejor que mediante sus esporas y sus conexiones con el movimiento sindical.
Para el año 1892 la vida de Sorel adquiere sus rasgos más definitivos y difundidos: el normando se radica en un suburbio de París (Boulogne-sur-Seine); viaja frecuentemente a la biblioteca nacional, donde trabaja e investiga como lo había hecho Marx pocas décadas antes en el British Museum londinense; concurre a círculos sindicales, la bolsa del trabajo, la sociedad de filosofía, los cursos de Bergson en la Sorbona, la Ècole des Hautes Ètudes Soiciales, la redacción de Cahiers de la Quinzaine, la librería de su amigo Paul Delesalle.. Sorel práctica en todas partes un enorme magisterio verbal, su medio preferido de expresión. Richard Humphrey lo ha sintetizado de este modo: "a Sorel le gustaba la buena conversación; su aprecio por este arte, como en otros terrenos, lo mostraba como un hombre de la vieja Francia. Cierto día confesó a un amigo que, a pesar de su regusto por hablar acerca de las ideas más abstractas, el escribir las le resultaba sumamente dificultoso. Deseaba poder comunicar sus ideas mediante discos phonográficos en lugar de libros. En verdad, y con frecuencia, sus publicaciones son realmente una especie de monólogo conversacional con todo el encanto, la sugestión y la falta de exposición ordenada y equilibrada que conviene a dicha forma de expresión."
Entre el jardín que cultiva con esmero en Boulogne-sur-Seine, los viajes en lentos tranvías a y desde París y la intensa actividad intelectual que Sorel llevaba a cabo en la ciudad luz, nuestro autor siempre se hacía lugar para escribir docenas de artículos, polémicas, prefacios y ensayos, además de volúmenes en los que muchas veces recopilaba una serie o conjunto de ellos. Sorel fue un gran trabajador de la pluma de su madurez y en su vejez llena de achaques. Estos años postreros casi no podía visitar su París, como tampoco llegó conocer Italia, donde se le estimaba y respetaba más que su patria, sobre todo gracias a amigos epistolares como Crose uno de los primeros en justipreciar sus sobresalientes cualidades.
Desde 1894, la lección, para Sorel, consistió fundamentalmente en abandonar la efímera ilusión, compartida con su amado Proudhon, de que los problemas de la justicia social se resolverían a través de una aristocracia republicana que afirmaría una nueva moralidad gracias al influjo de las instituciones democráticas. La participación complaciente de socialismo francés en los tejemanejes de la tercera república, al estilo de un partido burgués más, lo llevaron a rechazar de plano esa vía de acción y criticar a su dirigente: Jean Jaures.
Sorel, entonces, volvió retomar el hilo del estudio de las instituciones específicamente proletarias que le había interesado desde 1897. Así encontró el agente de regeneración moral y social que buscaba: el propio proletariado, agrupados sindicatos autónomos y no participaban del juego político partidista. Para ello, le sirvió de modelo y de impulso la tradición inmediata del movimiento obrero francés. Los syndicats iban a constituir, al menos por unos años, la preocupación esencial de Sorel, detallada en "El porvenir socialista de los sindicatos" y en las célebres "reflexiones sobre la violencia".
Pero Sorel tampoco permanecerá cerrado francamente a sus propias ideas, y si bien su teoría del sindicalismo revolucionario (o filosofía del sindicalismo) resulta más conocido y recordado por su obra, apartir de 1910 el autor sufre un pasajero deslumbramiento con las tendencias nacionalistas de extrema derecha encarnadas por Pèguy, Maurras, Georges Valois y el grupo de la Action Francaise. Si bien Sorel no llegó jamás a considerarse monárquico legitimista, la realidad del movimiento sindical tal como en la observaba en Francia lo movió a posiciones muy vecinas al tradicionalismo político, el desencanto con los sindicatos "aburguesados", demasiado preocupados por reivindicaciones económicistas, lo llevó a considerar la posibilidad de una nueva regeneración moral, promovidas tales por la extrema derecha. Action Francaise y sus congéneres predicaban un moralismo autoritario anti-burgués y se preparaban para violencia.
Sin embargo, la Primera Guerra Mundial curó definitivamente a Sorel de esas "ilusiones perdidas". El mismo escritor cuando analiza con justeza el conflicto bélico como "una guerra entre Plutócratas, bajo el disfraz de la democracia". El Nationalisme intègral toma el partido lógico del patrioterismo y el chauvinismo; Sorel no vacila- y lo repite lo largo de su correspondencia de esa época-en adoptar la solución internacionalista que ya había configurado en los años previos al efímero eclipse ideológico. La revolución rusa de 1917 vuelve a reavivar sus ilusiones, antes de que culmine su primera etapa leninista, y a poco tiempo después de su muerte la marcha fascista sobre Roma (1922) completa el panorama de descalabro social posterior al fin de las hostilidades de 1914-1918. Para Sorel, en sus últimos días, parecía inminente el apocalipsis que tantas veces vislumbro.
Los temas que preocuparon a Sorel escritor activo cubren un espectro riquísimo para el mundo que estaba entrando apresuradamente en lo que Ortega y Gasset llamó la "barbarie del especialismo". Sorel dedicó libros y artículos a la Biblia, el juicio de Sócrates, la metafísica de Aristóteles, la ciencia antigua y moderna, la filosofía histórica de Renan, la historia de la tecnología, la idea del progreso, el pragmatismo, la filosofía de Bergson, los principios del cristianismo, el modernismo católico, el origen de las matemáticas, la decadencia del Imperio Romano, la revolución dreyfusiana, la descomposición del marxismo, las ideas de Proudhon, la economía moderna, etc.. Una de sus preocupaciones fundamentales, empero, la constituyó el análisis del proletariado y sus organizaciones, con especial énfasis en la táctica y estrategia, además de cuestiones generales sobre la ética de socialismo.
De la teoría del conocimiento a la violencia proletaria
Acaso lo más revolucionario de la obra soreliana sea su teoría del conocimiento -nunca organizada sistemáticamente- , cuando se la relacióna con el sindicalismo revolucionario del cual este autor vino a ser abanderado en su madurez.
Para Sorel, nunca podemos comprender a fondo sino lo que nosotros mismos fabricamos. Lo mismo que para Marx. Una, el hombre de ser definido mejor como homo-faber, o individuo que produce utensilios (toolmaker, Benjamín Franklin), que como homo sapiens. Sorel desarrolla y precisa ambas concepciones: el hombre no es homo sapiens sino en tanto es homo-faber pues la razón es hija de la técnica. "Nunca conoceremos de modo cierto el mundo cósmico, pero debemos conocer el mundo artificial por qué nosotros mismos los fabricamos" (de Aristóteles a Marx). La técnica también debe verificar la ciencia, y demostrarla en cada caso que se presenta.
Llevando sus extremos lógicos el materialismo histórico de Marx (los hombres producen las ideas y las categorías conforme a sus relaciones sociales), Sorel afirma que el modo de conocimiento del hombre está ligado a su modo de producción: "inventad nuevas máquinas y conseguiréis progresar en la inteligencia de lo desconocido". Sorel reivindica así para los productores (los obreros, los trabajadores) la fuente de todo inteligencia, ya que ellos son quienes poseen las claves de una comprensión auténtica de los fenómenos. Su anti-intelectualismo empieza ya ha evidenciarse.
De esta teoría del conocimiento se deriva del "pluralismo dramático" de Sorel (Georges Goriely). Para nuestro autor la verdad no es única sino múltiple o la realidad es una vasta nebulosa en constante transformación, de la cual podemos formarnos una idea aproximada mediante proyecciones emanadas de los diferentes puntos de vista, sobre un marco fijo establecido por nosotros y en cuyo interior se aprende la realidad. Por otra parte, este es el método empleado por el obrero y el ingeniero en su obra de creación técnica, mediante el ensayo y el error, hasta encontrar la solución más conveniente.
Pero los sentimientos acuden para complicar ése panorama sólo en apariencia racional. Los elementos pasionales e imaginativos -inescindibles de la persona humana y que en ocasiones de formar los análisis- van a tener para Sorel un importante aspecto positivo, como fermentos de la acción. Muchos de su obra de agitador y revolucionario estará teñida de esta concepción, y particularmente las reflexiones.
De los dos principios esforzados, la dependencia de la razón con respecto a la técnica y el papel aglutinante de los sentimientos, deriva buena parte de la doctrina social de Sorel "su filosofía materialista del conocimiento hará reencontrar Sorel con el sindicalismo revolucionario el obrerismo metafísico se reconocerá en el obrerismo social."
Las actividades del sindicalismo francés en el período 1880-1890 nada deberá Sorel, sino a la inversa: Sorel encontrará en las prácticas obreras los componentes que le permitirán dar formas concretas a su doctrina social ya apoyada en los citados principios gnoseologicos. A partir de 1890 la clase trabajadora comienza largo se la conmoción de la comuna (1870-1871) y a organizarse en sindicatos modernos, además de enfrentarse directamente con el gobierno de la tercera república (el que pretende someter a los gremios a reglamentaciones inaceptables)
La Confederation General du Travail (C.G.T.) se constituye definitivamente en 1901, y Fernand Pelloutier surge como dirigente sindical renovador, proclamando que los gremios necesitan organizarse en forma independiente del estado y encargarse de todo lo referente a la vida material inmoral del obrero. La nueva C.G.T. no se dejan atraer por las promesas de coparticipación con el gobierno y los patronos en organismos mixtos y se inclina por las huelgas, los paros, las manifestaciones violentas, los enfrentamientos usted con la policía, el sabotaje, la acción directa, a lo largo y el ancho del país. Las huelgas tienen el objeto de luchar por reivindicaciones inmediatas a la vez que contribuyan a profundizar la brecha que separa a los asalariados de sus patrones y, en cierta medida, también del estado y los partidarios reformistas como el socialismo. El movimiento alcanza su apogeo hacia el primero de mayo de 1906, cuando propugna la jornada laboral de ocho horas: los obreros deciden no trabajar más que durante ése lapso, en virtud de su exclusiva voluntad, y abandonar sus ocupaciones sin solicitar autorización al patrón ni esperar legislación estado.
Incluso después de resumir de modo incompleto tantos acontecimientos del período, resulta fácil comprender cómo ese tipo de sindicalismo se avecinaba a las propias ideas de Sorel. Para este, ser hombre es comprender, y comprender es producir: el hombre verdadero, el único que le interesa, es el productor. Quien no produce es un parásito, desde el punto de vista económico y asimismo desde el punto de vista intelectual pues en los trabajadores radican todos los valores.
Ahora podemos esbozar los dos elementos fundamentales de la teoría social de Sorel. El primero, enfoque crítico por excelencia, es el anti-intelectualismo de que hizo gala tantas veces. El segundo, enfoque positivo, es el papel constructivo que puede y debe desempeñar el proletariado.
Con respecto al anti-intelectualismo, la posición de Sorel es sumamente clara: "otra ocupación que no depende del proceso de la producción, que no es trabajo manual y ni auxiliar indispensable del trabajo manual, o quien está ligada a este por ciertos vínculos tecnológicos y no se traduce por un tiempo socialmente necesario, no puede ser considerada en un régimen socialista más que como un lujo sin derecho a remuneración alguna". El autor, con todo, reserva para los intelectuales dos misiones coadyuvantes al triunfo de los ideales sindicalistas revolucionarios, a condición de que aquéllos renuncien al mesiasnismo y a las prebendas del sistema vigente. La primera misión es auxiliar, y consiste en trabajar como "empleados de los sindicatos"; la segunda es contribuir a deteriorar el prestigio de la cultura burguesa: "nuestro papel puede resultar útil a condición de que nos dediquemos anegar el pensamiento burgués, para poner en guardia al proletariado contra la invasión de ideas o costumbres de la clase enemiga, puede afirmarse sin cesar qué imitación de la burguesía conducir al proletariado a un estado de generación".
En cuanto a la parte positiva de su concepción social, Sorel la desarrolló sucesivamente en dos horas capitales, las ya citadas "El porvenir socialista de los sindicatos" (1898) y "Reflexiones sobre la violencia" (1908).
En "El porvenir socialista..." es notoria la influencia de Pelloutier y del movimiento obrero francés, y Sorel trata principalmente allí de lo que Louzon ha llamado el "aspecto racionalista del sindicalismo"; en las posteriores Reflexiones su énfasis destaca de preferencia los aspectos "pasionales" de dicho sindicalismo.
La primera de las obras nombradas constituye, pues, un necesario prólogo para entender las Reflexiones. En El porvenir socialista Sorel reitera su obsesión de que para fundar una "sociedad de productores". Nadie se encuentra mejor capacitado que los propios productores, no sólo porque éstos son quienes más interés tienen en el nuevo orden sino por porque son los únicos que realmente saben y comprender la tarea, ya que trabajó en la base del conocimiento. Para el proletariado, su taller o artesanía "es a la vez su pan, su laboratorio, su clase de filosofía y su mundo".
Partiendo de la clásica definición marxista de que el proletariado (clase "en si") debe adquirir la previa autoconciencia de clase "para sí" cuando emprenda el camino de una revolución triunfante, Sorel se preocupa por clasificar el modo de dicha adquisición de conciencia "para sí" por parte de los trabajadores. De acuerdo a Sorel, una clase no puede depender simplemente de la propaganda ideológica para lograr su autoconciencia: debe organizarse como una sociedad separada, con sus instituciones particulares, su propio derecho y su propia moral. El proletariado, en este caso, no puede crear su nueva sociedad en el seno de partidos políticos, como el socialismo, pues los mismos son copias serviles de los partidos burgueses. Todos los grupos políticos poseen idénticos fines: la conquista del poder, no la liberación del hombre que trabaja. La transformación proletaria sólo tendrá lugar en la sindicatos, organismos que por su misma naturaleza se encuentran cerrados a las elementos no-proletarios, creados por la clase obrera e indispensables para la defensa de la reivindicaciones diarias mediante la sindicatos, la clase laboriosa alcanzará construir en el seno de la sociedad burguesa una sociedad específicamente proletaria que, cuando llegué acaso el desarrollo suficiente, reemplazará la sociedad burguesa como forma de organización general.
Para lograr su objetivo final, será necesario que los sindicatos arrebaten al estado y al municipio, una por una, las atribuciones que al presente les pertenecen. La sindicatos se harán cargo, en un mañana que sentía como muy próximo, de mantener a las familias cuyos jefes prestan servicios a la causa revolucionaria, practicarán la inspección del trabajo, protegeran a la mujer y el niño, educaran a los jóvenes de hogares obreros, imponer sus propias reglas sobre moral y sobre el derecho de familia (la unión libre, por ejemplo, deberá gozar de los mismos derechos efectos que el matrimonio legítimo), etc.
Los peligros evidentes esta evolución progresiva de los sindicatos son advertidos a continuación por Sorel, quien los resume su concepto del eventual "aburguesamiento" de los grupos de trabajadores organizados dos puntos: "a la vez que se vuelven prudentes, las federaciones obreras muy grandes alcanzan a considerar las ventajas brindadas por la prosperidad de los patronos y a tomar en cuenta los intereses nacionales. El proletariado se encuentra arrastrado hacia una esfera que le es ajena: se convierte en colaborador del capitalismo. La paz social parece entonces muy próxima a transformarse en el régimen normal".
Nuestro autor busca un antídoto contra este peligro en los sentimientos de violencia, en buena medida irracionales, que provocan invertir en las huelgas en los trabajadores organizados. Precisamente, sus Reflexiones sobre la violencia cubren los aspectos más específicamente pasionales, o emotivos si se quiere, del sindicalismo. A partir de esta obra, Sorel irá dando una importancia de mayor a las emociones. La violencia pertenece, como es obvio, al plano emotivo, y es el resultado de un impulso sentimental que sirve para "aglutinar", fortalecer y concretizar la noción intelectual de lucha de clases. Por más que el obrero sepa que existe un antagonismo de intereses entre él y su patrón, dicho conocimiento no penetra el fondo de su conciencia, no se hace verdaderamente real, sino se apodera de sus emociones al punto de arrastrarlo a actos de violencia. Como dice, en síntesis, Louzon: "la violencia proletaria es garantía de la conciencia proletaria".
Las Reflexiones sorelianas, amén de prólogos y aprendices donde el escritor profundizar, modifica o completa los pensamientos volcados en el cuerpo de la obra, contiene siete capítulos básicos, de acuerdo siguiente detalle, necesariamente incompleto:
1. La lucha de clases y la violencia: Análisis de la idea de lucha de clases en las tácticas socialistas, en Francia contemporánea y en los sindicatos; crítica severa a las ilusiones referentes a la desaparición de la violencia en la sociedad actual.
2. La violencia y la decadencia de la burguesía: duro ataque a la labor del socialismo parlamentario, como colaborador embozado de la burguesía; planteo de la necesidad de una acción autónoma por parte del sindicalismo revolucionario; la violencia proletaria como factor esencial del marxismo; relaciones entre la revolución y la prosperidad económica.
3. Los prejuicios contra la violencia: examen de la violencia en la tradición revolucionaria francesa a partir de fines del siglo XVIII; papel represivo del estado burgués; demostración del oportunismo político de Jean Jaurès a través de su adoración por el éxito y su odio a vencidos; razones del antimilitarismo que profesa el sindicalismo revolucionario.
4. La huelga proletaria: Exposición de la noción de huelga general como mito del proletariado, y sus ventajas apreciables con respecto al socialismo parlamentario; discusión de los mitos en la historia, y su diferenciación de las utopías; perfeccionamiento del marxismo a través de huelga general; huelga general y lucha de clases; evaluación crítica de los llamados prejuicios científicos que se oponen a la huelga general.
5. La huelga general política: análisis del modo en que los políticos exhiben los sindicatos; diferencias entre las concepciones opuestas sobre la huelga general: socialismo parlamentario y sindicalismo revolucionario; opiniones sobre la guerra como fuente de heroísmo y sobre la dictadura del proletariado; distinciones entre la fuerza represiva del estado y la violencia regeneradora del proletariado; necesidad de una materia sobre la violencia proletaria.
6. La moral de la violencia: Panorama de las pretensiones conciliadoras la burguesía, y su horror a la violencia; la brutalidad en las escuelas y talleres; intentos para colocar el sindicalismo bajo control del estado, y explicación de interés mostrado por los políticos profesionales con respecto al arbitraje; recapitulación de las ideas de Proudhon sobre la moral, su importancia para el sindicalismo revolucionario, y el contraste con Inglaterra y Alemania.
7. La moral de los productores: Síntesis de las preocupaciones morales de la nueva escuela sindicalista y revolucionaria; necesidad de una nueva moral para los trabajadores organizados; analogías entre el espíritu de la huelga general y el de las guerras por la libertad; apología del sindicalismo como gente educador en la sociedad contemporánea.
El texto de las Reflexiones sobre la violencia luce una agilidad extraordinaria a 60 años desaparición como libro, aunque el pensamiento del autor se resiente por un excesivo romanticismo proletario y la falta de aplicación inmediata de muchas consignas emotivas, el tiempo transcurrido sea encargado de poner en evidencia.
Con todo, existen en las Reflexiones ciertos fragmentos de relevancia más que episódica donde Sorel procurará deslindar conceptos abstractos que todavía hoy conservan ejemplar actualidad.
Tal como lo preciso Goriely, Sorel distingue el mito de la utopía de esta forma: "la utopía es ese objetivo final fuera de nosotros como proyectado en la trama histórica; el mito es el objetivo final dentro de nosotros como la idea motriz de la extracción personal". El retórico francés intentó reemplazar el utopísmo del socialismo primitivo mediante la referencia a los mitos: como ejemplos de ellos enumera, entre otros, el catolicismo original, la reforma protestante, la Revolución Francesa, el Risorgimento, la huelga general. Los mitos, por su misma esencia, no se ven afectados por las críticas menudas ni por el aparente fracaso de sus creyentes en conseguir victorias inmediatas. Es que la utopía (Tomás moro, Campanella, Edward Bellamy) resulta el típico desarrollo de un mecanismo intelectual, en tanto que el mito se basan una reconstrucción anti-intelectual y, por ende, no es susceptible de reproches articulados según los métodos racionales análisis. El mito es indivisible y extensión limitada; con la utopía ocurre todo lo contrario. Sorel derivaba tales características del mito de su concepción del movimiento basado en la idea Bergsoniana de durèe (duración). Y, además como apunta lúcidamente Humphrey: "una diferencia básica entre el funcionamiento del mito, con su cualidad de infinito, y la utopía, cuyas aspiraciones finitas se pueden alcanzar mediante una reforma gradual, radica en que el mito, a través de su énfasis en la lucha de clases como principio fundamental de la táctica socialista, ofreció negociar increíblemente mayor de preservar la ideología puramente proletaria".
Hay otra pareja de conceptos -fuerza y violencia- que requiere breve aclaración antes de considerar los mitos propiamente Sorelianos.
Como Sorel debe mucho de su fama a la "apología de la violencia" (que, por supuesto, representaba para el algo muy distinto al terrorismo, al sabotaje o al mero derramamiento de sangre, pues poseía un hondo contenido moral y de legitima reacción contra el sistema político burgués), parece oportuno examinar a este respecto su completo desden por el estado en tanto que organización opresora del proletariado.
De ahí que Sorel, preciso como en muy pocas ocasiones, se haya tomado el trabajo de distinguir entre dos tipos de coerción, y sus palabras son ireemplazables: "a veces, los términos fuerza y violencia se utilizan indistintivamente para hablar de actos de autoridad o de actos de rebelión. Y es obvio que los dos casos gana lugar a consecuencias muy dispares. Pienso preferible adoptar una terminología que no dé lugar a ambigüedades, y reservar el vocablo violencia para los actos de rebelión. Se dirá, pues, que la fuerza tiene por objeto imponer cierto orden social a través del gobierno de una minoría, en tanto que la violencia tiende a la destrucción de dicho orden. La burguesía ha empleado la fuerza desde el inicio de los tiempos modernos, mientras el proletariado reacciona ahora contra la burguesía y contra el estado mediante la violencia".
El estado burgués es el instrumento de un grupo socio-económico privilegiado que sojuzga (por la fuerza) a los restantes grupos de la sociedad; únicamente el proletariado -"la clase más numerosa y la más pobre", como decía en otro contexto Saint-Simon- será capaz, por la violencia, de alterar el ciclo de luchas por el control del aparato gubernativo, y de llegar a la definitiva destrucción del propio estado.
La distinción de Sorel entre fuerza y violencia, empero, ofrece previsibles complicaciones, destaca Goriely: "es muy difícil, o casi imposible imaginar, una transformación parecida sin que llegue establecerse un poder contrapuesto, que detente la fuerza e incluso aspire a monopolizarla". El comunismo de Lenin resuelve la contradicción al instaurar una indefinida "dictadura del proletariado" dirigida por el Partido Comunista; Sorel apenas brinda una vaga confianza en la posibilidad renovadora de los sindicatos.
Pero la idea de la violencia en sentido casi soreliano sigue teniendo datos en los últimos años. Ernesto Guevara -claro que sin mencionar autor francés, pues su principal inspiracion es Lenin- lo declara sin rodeos: "en estas condiciones de conflicto, la oligarquía rompe sus propios contratos, su propia apariencia de "democracia" y ataca pueblo, aunque siempre traté de utilizar los métodos de la superestructura que ha formado para la opresión. Se vuelve a plantear en éste momento el dilema: ¿qué hacer? Nosotros contestamos: la violencia no es patrimonio de los explotadores, la pueden usar los explotados, más aún, la han de usar en su momento".
Volviendo a Sorel, después de haber tratado declara esos conceptos generales y previos, resulta evidente su posición sobre la lucha de clases. Como ya lo señaló en El porvenir socialista, "la lucha de clases es el alfa y el Omega del socialismo, quien es un concepto sociológico para uso de los sabios sin el aspecto ideológico de una guerra social proseguido por el proletariado contra el conjunto de los jefes de la industria; el sindicato es el instrumento de la guerra social".
Esta guerra social implica fundamentalmente su puesta en práctica mediante las huelgas; en las reflexiones Sorel introduce precisiones terminológicas que van al fondo de los diversos actos de violencia ejecutados por los sindicatos.
El mito soreliano más ambicioso es la huelga general proletaria, esto es, un prolongado ataque de los obreros contra los bastiones del gobierno. Su fin concreto es el derrocamiento de la sociedad capitalista, y nuestro autor restringia el contenido del socialismo a este tipo de huelga.
La huelga general política está conectada con los fines inmediatos de los socialistas del parlamento y en el gobierno. La huelga política es una huelga simbólica, que revela la magnitud del apoyo de las masas a las reivindicaciones socialistas.
El tercer tipo de huelga es la bien conocida huelga económica: su objetivo es el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores. Carece de fines políticos, o sólo los prevé muy indirectamente. Sorel mostraba relativa indiferencia de la huelga económica. Como muchos revolucionarios sociales, aunque defendían el derecho de los obreros a mejorar su nivel de vida, temían a la ideología reformista (el "aburguesamiento") que de ordinario acompaña las huelgas puramente económicas.
De tres cosas íntimamente ligadas: el hecho de las huelgas, las consiguientes violencias y el mito de la huelga general como fuerza inspiradora, se desprende el concepto de la moral de los productores, con el cual termina Sorel el imponente andamiaje construido en las reflexiones sobre la violencia: "he establecido que la violencia proletaria revise un significado del todo diferente que le atribuyen los eruditos superficiales y los políticos. En el desmoronamiento absoluto de instituciones y costumbres subsiste aun algo poderoso, nuevo e intacto; expresandose con propiedad, ello constituye el alma del proletariado revolucionario. Tampoco irá a la rastra de la decadencia general de los valores morales, si los trabajadores cuentan con energía necesaria para cerrar el paso a los corruptores burgueses, y responder a sus insinuaciones con la brutalidad más simple".
Las ideas sindicalistas de Sorel, según es corriente apuntar, han influido sobre personalidades y movimientos políticos tan dispersos como Mussolini y el fascismo italiano y Lenin y el comunismo soviético.
Sorel muere pocas semanas antes de la marcha sobre Roma que lleva a Mussolini al poder en 1922; por lo tanto, no alcanzó a conocer el apogeo del fascismo. Sabemos que el autor francés era mejor conocido y más difundido en Italia que en su patria, no sólo entre los medios socialistas y sindicalistas sino por intelectuales como Lacayo de Crose, Wilfredo Pareto y GIulemo Ferrero. Mussolini debió haber sentido la necesidad de apoyarse ideológicamente en una autoridad que ya no pudiera contradecirlo; a su modo, seguía el ejemplo de Lenin como heredero de Marx.
Mussolini y los fascistas habían empleado sistemáticamente el terrorismo, y Sorel había propiciado una apología de la violencia. Sorel postuló durante 30 años la lucha de clases y la independencia de los sindicatos, pero a través de Mussolini parecía apoyar la paz social y el corporativismo "fraternal" de obreros y patronos ante el altar de la patria el apóstol de acción directa resulta extrañamente reivindicado por quienes divinizaban el estado.
Mussolini, en síntesis, adoptó algunas fórmulas de Sorel fuera de contexto originario y las trastocó su beneficio. Entre la violencia soreliana y la fuerza mussoliniana debe hacerse la diferencia que existe entre "matar a un enemigo en combate y liquidar a un prisionero" (Louzon).
Lenin, con anterioridad de 1917, había calificado Sorel de "embrollón" (materialismo y empíriocriticismo), pero se olvida con frecuencia que aquel empleo dicho término refiriéndose "específicamente al ingreso de Sorel a problemas relativos al epistemológico y a la filosofía de las ciencias naturales". La oposición de Sorel al gobierno burgués, y su deseo de derrocarlo por la violencia sindical, encuentran un continuador práctico en Lenin (el estado de la revolución), aunque más adelante la burocratización de la Unión Soviética y el sometimiento de los sindicatos obreros al Partido Comunista no habrían contado con la aprobación del autor francés. Pero hasta la fecha de su muerte, Sorel apoyo -a veces críticamente- a Lenin en la lucha de este contra la burguesía, dentro y fuera de Rusia, y en sus esfuerzos en pro de una nueva sociedad de productores.
Con todo, las diferencias básicas entre Lenin y Sorel pueden resumir diciendo que el primero era un hombre político que creía que la acción revolucionaria debía darse a través de una vanguardia organizada de agitadores profesionales, es decir, el Partido Comunista; para el segundo, las instituciones económicas del proletariado constituían el exclusivo agente de la revolución.
Fuera del fascismo italiano y del comunismo soviético, las influencias de Sorel en el pensamiento político del siglo XX son menos importantes y más dispersas. Cuando muere Sorel, ya ha pasado el cenit del sindicalismo autónomo y combativo, y lo que empieza forjarse es el comunismo a la rusa, y posteriormente sus variantes al estilo de las "democracias populares", la revolución china, la revolución cubana, etc. que, claro está, no continúan las ideas de Sorel. Este se eclipsa físicamente cuando ya ha perecido su mundo intelectual, el anterior a la Primera Guerra Mundial.
Así, por ejemplo, pueda recordarse el ala "soreliana" que se separó del Partido Socialista Argentino en 1906, insistiendo en la revolución mediante la huelga general y en "todo el poder sindicatos"; el influjo del teórico francés en autores ingleses como Wyndham Lewis (The Art Of Being Ruled, 1926) y T.E. Hulme (Speculations, 1924), y en la producción de un grupo reducido de seguidores del maestro su tierra (Daniel Halèvy, Paul Bourget con su pieza teatral La Barricada, Georges Valois, los hermanos Jèrome y Jean Tharaud, Èdouard Berth, Pierre Andreau), oscilantes entre la derecha y la izquierda del espectro político. Los norteamericanos Max Ascoli (The Power _Of Freedom 1949) y James Burnham (The Machiavellians, 1943) también han experimentado lección de nuestro autor.
De ideas sorelianas, por fin, pueden rastrearse en figuras que se hallan muy lejos de responder directamente al apóstol del sindicalismo. Albert Camus, en su dicotomía de rèvolte y revolution, parece recapitular las conocidas oposiciones entre mito y utopía o entre fuerza y violencia: "la revolución es la inserción de la idea en la experiencia histórica, en tanto que la rebelión sólo es el movimiento que lleva de la experiencia individual a la idea" (L`homme rèvolte). El personalismo católico de Emmanuel Mounier (fundador de la revista Espírit) y el existencialismo de Maurice Merleau-Ponty (Humanisme et terreur, Les Aventures de la Dialectique) conocen lejanas raíces sorelianas, sobre todo cuando Merleau-Ponty afirma que proletariado posee un destino revolucionario especial porque es la única clase que resume en sí la verdadera universalidad y la conciencia del destino histórico.
La herencia del Sorel de las Reflexiones, la descomposición del marxismo y Las Ilusiones del Progreso (libro de 1908 en que el autor procuró separar la tradición burguesa del racionalismo frente a la tradición socialista de la praxis), se reduce a su énfasis anti-intelectualista y a su exigencia de que es necesaria la lucha de clases, que sólo puede resolverse mediante la violencia del proletariado organizado. Sorel creía en el poder regenerador de los sindicatos porque pensaba que la disciplina emanada de la producción industrial era la base fundamental de esa "nueva moral" con que siempre soñó. Quería que los obreros, en sus sindicatos, podrían desarrollar una disciplina basan su trabajo que, a su turno, resultaría en una reorganización social y política capaz de transformar las sociedad burguesa en una pujante "sociedad de productores".
Sorel es una figura aislada que pertenece más al siglo XIX que al siglo XX. No creó -como Marx- una escuela ni una doctrina que lo prolonguen el mundo contemporáneo; fue, en suma, un individualista político y un moralista del socialismo. Sorel se contentó con cumplir siendo un "viejo obstinado en ser, como lo fue Proudhon, un servidor desinteresado del proletariado". Ni más ni menos.