Bienvenidos a la Bahía

jueves, 25 de febrero de 2010

Convocatoria a los Deberes de Nuestro Destino Nacional y Americano

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Por John William Cooke

(De Peronismo y Revolución, Editorial Papiro, Buenos Aires; 1971)

Este gobierno es una mezcla de lo peor que tiene cada sistema: del liberalismo aplica el libre cambio y la libre empresa, del fascismo y variantes feudales diversas, el autoritarismo, las jerarquías consideradas como de orden divino; del cristianismo, la moralina ultramontana, del clericalismo, la utilización reaccionaria de los sentimientos religiosos para sostener todo lo que es orden establecido, autoridad de cualquier índole. Lo que es y lo que tiene autoridad se considera bueno de por sí.


martes, 23 de febrero de 2010

El Papel de las Fuerzas Armadas

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Por John William Cooke 
(En El retorno, conferencia pronunciada en Córdoba, el 4 de diciembre de 1964)
(Imagen: encuentro entre Vandor y Onganía)

Ninguna especulación de ventajas políticas justifica el abandono de los principios: una política burguesa puede carecer de base moral, una política revolucionaria, nunca. Ignoro de qué se habla, qué promesas se entrecruzan en las entrevistas entre dirigentes peronistas y jerarcas militares; tampoco me interesa saberlo. Pero las ilusiones a que dan nacimiento jamás pueden compensar los perjuicios de exceder los límites, bastante amplios y flexibles, de los compromisos tácticos compatibles con una línea sin abdicaciones.


domingo, 21 de febrero de 2010

El Ascenso de Perón

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Por Juan José Hernández Arregui
Extracto de "La Formación de la Conciencia Nacional"

El golpe militar del 4 de junio, es un movimiento anticomunista pero también antioligárquico, es antiliberal pero no busca apoyo de las masas populares. Debía definirse ineludiblemente en un sentido reaccionario o popular. El Ejército Argentino ha sido partidario de la industrialización, coincidían históricamente con la vaga tendencia de la burguesía industrial, consolidada durante la guerra, hacia la independencia económica. La primer consecuencia fue una política proteccionista. La reacción del imperialismo y de las fuerzas internas proimperialistas ligadas al antiguo orden fue inmediata.

Perón comprendió la transformación que se había operado en el país. Mientras las fuerzas políticas de la vieja Argentina se polarizaban alrededor de la democracia formal incumplida, Perón desafió el potencial económico coligado de los intereses imperialistas, de los grandes diarios, de la burguesía mercantil de Buenos Aires, de la mayoría de la intelectualidad y apeló a los sectores populares decepcionados del radicalismo, a los estratos más castigados de la clase media, a las peonadas del interior que habían votado bajo la despótica voluntad del caudillo a radicales o conservadores, pero sobre todo, su campo de operaciones inmediato, fue el proletariado industrial de las ciudades.


viernes, 19 de febrero de 2010

Entrevista a Cornelius Castoriadis

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Esta entrevista fue realizada por Jean Liberman y publicada en Le Nouveau Politis 434, número de marzo 1997.
Fue publicada en castellano en la revista Iniciativa Socialista.


Le Nouveau Politis: Usted describe un «aumento de la insignificancia» en la sociedad contemporánea y, entre sus características, constata un «derrumbamiento de la autorepresentación de la sociedad». ¿Por qué esto es grave en relación al proyecto de autonomía individual y colectiva que usted singulariza?

Cornelius Castoriadis: Ninguna sociedad puede perdurar sin crear una representación del mundo y, en ese mundo, de ella misma. Los hebreos del Antiguo Testamento, por ejemplo, plantean que hay un Dios que ha creado el mundo y que ha elegido la línea de Abraham, Isaac, Jacobo, etc, hasta Moisés como «su» pueblo. Para los griegos, para los romanos, existían representaciones globales que jugaban el mismo papel. Los occidentales modernos se han representado como aquellos que, por una parte, iban a establecer la libertad, la igualdad, la justicia y, de otra, iban a ser los artesanos de un movimiento de progresión materíal y espiritual de la humanidad entera. Nada de esto vale para el hombre contemporáneo. Éste no cree más en el progreso, excepto en el progreso estrechamente técnico, y no posee ningún proyecto político. Si se piensa a sí mismo, se ve como una brizna de paja sobre la ola de la Historia, y a su sociedad como una nave a la deriva.

LNP.-Usted describe una descomposición de los mecanismos de dirección política que regentan, no una democracia, sino una «oligarquía liberal», ligándolo a la «evanescencia de los conflictos» y a la «disgregación del sistema educativo»...

C.C.- Todo el mundo reconoce la futilidad y la no pertinencia de los mecanismos de dirección política de la sociedad. A raíz de las recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos, donde la abstención ha alcanzado casi un récord absoluto, todos les comentaristas coincidieron en decir que Dole y Clinton evitaban todos los asuntos sobre los cuales podían tener divergencias, es decir, el meollo político. En Francia es una farsa. Mitterrand fue elegido como socialista e impuso al país el neoliberalismo. Después de las elecciones de 1986, la derecha no ha cambiado nada, excepto con la reprivatización de las empresas nacionalizadas por los socialistas. Volviendo al poder, los socialistas han seguido la misma política con Bérégovoy que Balladur se apresuró a adoptar. Chirac, elegido en 1995 con la promesa de cambiar todo, ha continuado por la misma senda. Actúan como si no hubiera ninguna elección, como si todo lo que hicieran les fuera impuesto por las circunstancias. Coinciden en que no son políticos, todo lo más gestores de una corriente mundial de la que repercuten las consecuencias en la sociedad francesa.

Esta evolución está condicionada por la evanescencia de los conflictos. La clase política puede aferrarse al cinismo y a la irresponsabilidad porque no está sujeta a ningún control ni a ninguna sanción. En otros tiempos, una situación como la de hoy hubiera engendrado huelgas, movimientos de protesta, etc. Hoy, es la apatía. Es verdad que se han producido algunos movimientos sectoriales el año pasado, pero es característico que no se han extendido a los sectores verdaderamente tocados por la crisis.

Pues si el capitalismo ha evolucionado durante los 150 años cincuenta precedentes hacia un régimen relativamente tolerable, es debido. esencialmente. a los movimientos sociales. Dejado a sí mismo, habría verificado todas las sombrías predicciones de Marx: pauperización de los trabajadorws, paro creciente, crisis de sobreproducción. etc. Si Marx se ha «equivocado» es porque en sus análisis había «olvidado» la lucha de clases -aunque él fuera su teórico-. Pero son las luchas obreras y populares las que han impuesto a los patronos el aumento de los salarios, creando así mercados internos de consumo que pudieran absorber la producción creciente de las fábricas capitalistas. Son ellas las que han impuesto las reducciones sucesivas del tiempo de trabajo, haciendo pasar de más de 72 horas semanales hacia 1840 a 40 horas en 1940, reabsorbiendo así el paro potencial que hubiera engendrado el formidable progreso técnico que había tenido lugar. Pero después de 1940 la duración del tiempo de trabajo no ha variado. Lo mismo ha ocurrido en el plano político: las tendencias autoritarias del sistema han sido controladas por los combates políticos. Desde hace un cuarto de siglo. todo esto ha desaparecido.

La disgregación del sistema educativo es otro aspecto de esta evolución. El sistema ya no es capaz de producir a los individuos que le hagan funcionar o. en todo caso, de producir ciudadanos. La crisis de los valores penetra profundamente en la educación, donde el contenido está minado por la preocupación exclusiva de «la preparación para la vida profesional». El resultado es que el sistema educativo no está regido por ninguna de las tres partes participantes. Los padres no ven más que el modo para que sus hijos obtengan el famoso «papel». Los alumnos no pueden apasionarse por tal objetivo, sobre todo cuando perciben que este papel les sirve cada vez menos en el mercado de trabajo. Los educadores no creen que puedan transmitir gran cosa.

LNP.- El «incremento de la insignificancia» está caracterizado, según usted, por un pseudo consenso generalizado, por la apropiación comercial de toda subversión, por la sustitución de los valores a cambio del dinero rey. Nos gustaría que aclarara las consecuencias de esta tendencia.

C.C.- Los individuos no tienen ninguna señal para orientarse en su vida. Sus actividades carecen de significado, excepto la de ganar dinero, cuando pueden. Todo objetivo colectivo ha desaparecido, cada uno ha quedado reducido a su existencia privada llenándola con ocio prefabricado. Los medios de comunicación suministran un ejemplo fantástico de este incremento de la insignificancia. Cualquier noticia dada por la televisión ocupa 24 o 48 horas y, enseguida, debe ser reemplazada por otra para «sostener el interés del público». La propagación y la multiplicación de las imágenes aniquilan el poder de la imagen y eclipsan el significado del suceso mismo.

LNP.- El posmodernisrno no escapa a sus críticas, ya que esconde, según usted, un conformismo generalizado...

C.C.- El posmodemismo no es más que una denominación pomposa de la crisis de creación en el terreno de la cultura. El término fue inventado por los arquitectos cuando concluyeron que la corriente moderna en la arquitectura se había agotado. Como no eran capaces de dar una salida y como estaban poseídos por otro mal de la época, el furor por lo «nuevo», que conduce casi siempre a una simple repetición, inventaron este término para una producción en arquitectura que no es más que collage. Toman diferentes estilos de la arquitectura pasada y los unen los unos a los otros en el mismo conjunto: un poco de una villa italiana del siglo XVII, algunas columnas griegas, un recuerdo gótico y, por qué no, una pagoda. Este collage domina también tanto en literatura como en cine, con citas. imitaciones. remakes, etc. Es la consecuencia de una enonne bancarrota de las vanguardias, en donde el imperativo de innovar por innovar ha conducido a los lienzos blancos sobre fondo blanco, al bidé de Marcel Ducharnp repetido cientos de veces, etc. En este terreno, la insignificancia se manifiesta verdaderamente.

LNP.- Usted pone en causa a la economía-casino de hoy y al economicismo dominante, pero no parece ver en esta invasión de la insignificancia las consecuencias de una cierta mundialización.

C.C.- La tendencia a la mundialización existe desde los orígenes del capitalismo -no hay más que releer a Marx o a Braudel-. La cuestión es saber porqué ésta invade todo hoy en día y no en el siglo XIX o durante la primera mitad del XX. La respuesta es que la victoria de la mundialización presuponía, en principio, la victoria de una reacción política. Ésta comienza con Thatcher y Reagan en 1979-1980 y, en Francia,con Mitterrand, a partir de 1983. Ha llegado a imponer el poder absoluto del mercado y el desmantelamiento de los medios de la política económica, por la desregulación de la economía, la libertad de movimiento de los capitales, la facultad otorgada a las empresas de despedir libremente., el rechazo de la política presupuestaria como instrumento de regulación de los ciclos económicos, etc.

LNP.- ¿No se debe también a los efectos del enorme progreso de la tecnociencia?

C.C.- Estos progresos no son la causa de la mundialización, simplemente han permitido la forma y la marcha que ha tomado. Por ejemplo, la deslocalización de las empresas ha sido posible y rentable a partir del momento en el que el trabajo relativamente cualificado, en otro tiempo parte esencial del input productivo, ha sido liquidado por la automatización y ha sido reemplazado por un trabajo no cualificado al alcance de los jóvenes del sudeste asiático. La mundialización económica realmente es un fenómeno muy importante, pero la forma que ha tomado y las consecuencias que se desprenden han sido condicionadas por una voluntad política. Ésto es flagrante en el caso de Europa. Mientras que la Comunidad Europea, entidad económica casi autosuficiente, hubiera podido utilizar la tarifa exterior común (TEC) para permitir la supervivencia de una agricultura y una industria europea, sin embargo se ha permitido la desertización de los campos y la destrucción de ramas enteras de la industria y de las regiones correspondientes.

LNP.- A diferencia de Edgar Morin, aunque usted esté preocupado por los valores, no plantea la cuestión de la ética y de su rehabilitación, a la que parece subordinar enteramente a la política.

C.C.- La ética -o, más bien, la charlatanería sobre la ética- sirve hoy para esconder la miseria de la impotencia política. ¿Qué es más importante, no matar a una persona o a un millón de personas? La muerte de millones de personas depende de la política, no de la ética: guerras, hambruna, epidemias que diezman países sin medios sanitarios, etc.

Hemos pasado de una mistificación a la mistificación simétrica y opuesta. Durante tres cuartos de siglo el comunismo ha pretendido, en nombre de una «política» monstruosamente embustera, que el fin político justicaba todos los medios, lo que es intrínsecamente absurdo: una política que pretende ambicionar la liberación de la humanidad no debería utilizar más que medios que apuntan en esa dirección y no que la destruyen, como el terror y la mentira. Cuando esta mistificación explotó en la cara de todos, al mismo tiempo que la política reformista o conservadora mostró su impotencia cara a los problemas de la época, se redescubre la ética, como si pudiera responder a todas las cuestioncs. Ciertamente, la problemática ética está siempre ahí, y siempre lo estará, pero ésta concierne a la vida y a las actitudes personales de cada uno. No permite a un gobierno orientarse en los dominios económicos, educativos, de sanidad pública, de medio ambiente, etc.

LNP.- En su nuevo libro, Fait et à faire, que publica Seuil, usted dice: «El nudo gordiano de la política de hoy es la ruptura con la economía que debe dejar de ser el valor dominante e incluso exclusivo.» Pero no nos da ninguna pista para ello.

C.C.- Antes de indicar una pista para llegar a un fin, la gente tiene que aceptar ese fin, ese objetivo. Ésto no depende de las proposiciones de un autor individual. Es la gran mayoría de los seres humanos la que debe convencerse que su vida tiene que cambiar radicalmente de orientación y sacar las consecuencias. Mientras que los seres humanos continúen poniendo por encima de todo la adquisición de un nuevo televisor en color para el año próximo. no habrá nada que hacer.

Scalabrini Ortiz: "Adquirir los Ferrocarriles Equivale a Adquirir Soberanía"

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Por Juan José Hernández Arregui
Extracto de "La Formación de la Conciencia Nacional"

Detrás de las ideas de FORJA actuaba la inteligencia de un patriota. Raúl Scalabrini Ortiz quemó su vida al servicio el país. A él se deben los análisis económicos sobre el imperialismo británico, y la intuición primero, y comprobación después, de la apretada textura de intereses materiales y relaciones invisibes, que han condicionado la existencia histórica de la Argentina y la lucha de su pueblo por la emancipación nacional. Scalabrini Ortiz es uno de los grandes constructores de la conciencia histórica de los argentinos.

sábado, 13 de febrero de 2010

Ernst Jünger y el Trabajador


Por Alain de Benoist

Al evocar El Trabajador, al mismo tiempo que la primera versión de Corazón aventurero, el ensayista Armin Mohler, autor de un manual que se ha convertido en un clásico sobre la revolución conservadora alemana (Die Konservative Revolution in Deutschland, 1918-1932. Ein Handbuch, 2ª ed., Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1972), escribe: “Aún hoy, no puedo acercarme a estas obras sin sentir un cierta turbación”. En otra parte, calificando a El Trabajador de “bloque errático” en el seno de la obra de Ernst Jünger, afirma: “Der Arbeiter es algo más que una filosofía: es una creación poética” (prefacio de Marcel Decombis, Ernst Jünger et la “Konservative Revolution”, GRECE, 1975, p. 8). El término es apropiado, sobre todo si se admite que toda poesía fundadora es a la vez reconocimiento del mundo y revelación de los dioses. Libro “metálico” —estamos tentados de emplear la expresión “tempestad de acero”—, El Trabajador posee, en efecto, una trascendencia metafísica, que va más allá del contexto histórico y político en el que fue escrito. Su publicación no solamente ha marcado una fecha capital en la historia de las ideas, sino que constituye en la obra jüngeriana un tema de reflexión que no ha dejado de fluir, cual oculta vena, a lo largo de la vida de su autor.

jueves, 11 de febrero de 2010

El Concepto de Caos


Por Martin Heidegger

Conocer significa: imprimir al caos formas reguladoras. ¿Qué quiere decir Nietzsche con la denominación «caos»? Nietzsche no comprende esta palabra en el originario sentido griego sino en un sentido posterior y sobre todo moderno. Pero al mismo tiempo, la palabra caos tiene un significado propio que surge de la posición fundamental del pensamiento nietzscheano.

x‹ow significa inicialmente el abrirse de un abismo y señala en dirección de lo abierto que se despliega inconmensurable, sin fondo ni punto de apoyo (cfr. Hesíodo, Teogonía, 116). Analizar por qué no se impuso ni pudo imponerse la experiencia fundamental que designa la palabra queda fuera de la tarea que ahora nos ocupa. Baste con señalar que el significado de la palabra «caos» que se ha vuelto corriente desde hace tiempo, y esto quiere decir siempre el modo de ver guiado por esta palabra, no es el significado originario. Lo caótico es para nosotros lo mezclado, lo confuso, lo que se amontona atropelladamente. El caos no se refiere sólo a lo no ordenado, sino a la confusión dentro de lo confuso, a la mezcla que reina en lo atropellado. En el significado posterior, el caos alude siempre también a un tipo de «movimiento».

¿Pero cómo llega el caos a ocupar el papel aludido de lo cognoscible en la determinación de la esencia del conocimiento? ¿Dónde la meditación sobre el conocimiento encuentra un motivo y un impulso para caracterizar aquello que sale al encuentro del conocer como caos, y además como «el caos» en sentido absoluto, no como un «caos» en algún sentido particular? ¿Es el concepto opuesto a «orden»?

(...) Si nos aventuramos, pues, sólo unos pocos pasos en la dirección señalada, detrás, por así decirlo, de algo que se nos aparece como objeto de un modo tan inofensivo, tranquilo y definitivo como esta pizarra y otras cosas conocidas, nos encontramos ya con el hervidero de sensaciones: con el caos. Es lo más próximo, tan cercano que ni siquiera está «junto a nosotros» allí enfrente, sino que lo somos nosotros mismos, en cuanto seres corporales. Quizás este cuerpo, tal como es en carne y hueso, es lo que «más certeza» tiene en nosotros, más certeza que el «alma» y el «espíritu» [Geist]; y quizás sea de este cuerpo, y no del alma, que decimos que está «entusiasmado» [begeistert].

La vida vive viviendo corporalmente. Quizás tengamos muchos conocimientos, casi inabarcables, acerca de lo que llamamos el cuerpo viviente [Leibkörper], sin que hayamos meditado seriamente sobre lo que sea vivir corporalmente [leiben]. Es algo más y algo diferente que «llevar consigo un cuerpo», es aquello en lo que adquieren su propio carácter procesual todos aquellos sucesos y fenómenos que comprobarnos en el cuerpo de un ser viviente. Vivir corporalmente quizás sea por el momento una expresión oscura, pero nombra algo que, a propósito del conocimiento de lo viviente tiene que experimentarse y mantenerse presente en la meditación en primer lugar y constantemente.

Así como es sencillo y oscuro aquello que conocemos como gravitación y caída de los cuerpos, así también lo es, aunque de manera totalmente diferente y correspondientemente más esencial, el vivir corporalmente de los seres vivos. El vivir corporalmente propio de la vida no es algo separado por sí, algo encapsulado en el cuerpo físico [Körper] como el cual se nos puede aparecer el cuerpo viviente [Leib], sino que éste es, al mismo tiempo, un conducto y un pasaje. A través de este cuerpo fluye una corriente de vida, de la que nosotros sólo sentimos una parte mínima y fugaz, y ésta, a su vez, sólo de acuerdo con el tipo de receptividad del estado corporal correspondiente. Nuestro propio cuerpo está inmerso y suspendido en esa corriente, llevado y arrastrado por ella o bien empujado a sus márgenes. Aquel caos de la región de nuestras sensaciones que conocemos como región corporal es sólo un recorte del gran caos que es el «mundo» mismo.

Por eso podemos ya suponer que «caos» no es para Nietzsche un término que exprese un desorden cualquiera en el campo de las sensaciones sensibles, y quizás ni siquiera un desorden en ningún sentido. Caos es el nombre para la vida que vive corporalmente, para la vida en cuanto vida corporal tomada en gran escala. Con caos Nietzsche no alude a lo simplemente confuso en lo que hace a su confusión, ni a lo no ordenado como consecuencia de la negligencia de todo orden, sino a aquello que impulsa, fluye y se mueve y cuyo orden esta oculto, cuya ley no conocemos de modo inmediato.

Caos es el nombre de un peculiar proyecto previo del mundo en su totalidad y de su imperar. Nuevamente parece, y ahora con la mayor fuerza, que está aquí en obra un pensar ilimitadamente «biológico», un pensar que representa el mundo como un «cuerpo» llevado a dimensiones gigantescas, cuya vida y cuyo vivir corporal constituyen el ente en su totalidad, haciendo así que el ser aparezca como un «devenir». En su última época, Nietzsche expresa con frecuencia que hay que hacer del cuerpo el hilo conductor no sólo de la consideración del hombre sino también del mundo: el proyecto del mundo desde el lugar del animal y de la animalidad. Aquí tiene sus raíces la experiencia fundamental del mundo como «caos». Pero en la medida en que el cuerpo es para Nietzsche una formación de dominio, «caos» no puede aludir a un absoluto desorden sino al ocultamiento de la indómita riqueza del devenir y fluir del mundo en su totalidad. Con ello, la sospecha de biologismo que se insinúa por doquier parece encontrar una confirmación clara y total.

Pero hay que insistir una vez más en que al caracterizar expresa o implícitamente a esta metafísica como biologismo no se piensa nada y en que hay que abandonar todos los razonamientos darwinistas. Sobre todo, el pensamiento de Nietzsche quiere decir que el hombre y el mundo deben verse primariamente desde el cuerpo y la animalidad, de ninguna manera que el hombre descienda del animal, y más exactamente del «mono», ¡como si una doctrina de la descendencia de este tipo pudiera decir algo sobre el hombre!

La diferencia abismal entre esto y el modo de pensar de Nietzsche la muestra una nota de la época del Zaratustra (XIII, 276;1884):

«Los monos son demasiado bonachones como para que el hombre pueda descender de ellos». La animalidad del hombre tiene un fundamento metafísico más profundo que el que pueda enseñarse nunca de modo biológico-científico con la referencia a una especie animal existente que se asemeja aparentemente en ciertos aspectos de una manera exterior.

«Caos», el mundo como caos, significa: el ente en su totalidad proyectado relativamente al cuerpo y a su vivir corporal. En esta fundamentación del proyecto de mundo está incluido todo lo que resulta decisivo, y por lo tanto, para un pensar que, en cuanto transvaloración de todos los valores, aspira a una nueva posición de valores, también está incluida la posición del valor supremo. Si la verdad no puede ser el valor supremo, éste tendrá que estar por encima de ella, es decir, en el sentido del concepto tradicional de verdad: más cerca y más conforme a lo propiamente ente, es decir, a lo que deviene. El valor supremo, a diferencia del conocimiento y la verdad, es el arte. Éste no copia lo que está allí delante ni lo explica desde otra cosa que esté allí delante, sino que transfigura la vida, la eleva a posibilidades superiores, aún no vividas, que no están suspendidas «por encima» de la vida sino que, por el contrario, la despiertan nuevamente desde ella misma a su estado de vigilia, pues «sólo por el encanto permanece despierta la vida» (Stefan George, Das Neue Reich, pág. 75).

Pero ¿qué es el arte? Nietzsche dice que es «un excederse y un derramarse de floreciente corporeidad en el mundo de las imágenes y los deseos» (La voluntad de poder, n. 802; primavera-otoño de 1887). Ahora bien, no debemos comprender este «mundo» de manera objetiva ni psicológica, sino que lo tenemos que pensar metafísicamente. El mundo del arte, el mundo tal como el arte lo descubre al erigirlo y lo construye al abrirlo, es el ámbito de lo que transfigura. Pero lo que transfigura y la transfiguración son aquello que deviene y aquel devenir que, tomando en cada caso algo ente, es decir algo que ha sido fijado, que se ha vuelto fijo, algo solidificado, lo elevan más allá y fuera de sí, hacia nuevas posibilidades; esas posibilidades no son simplemente una meta apetecible, distante y secundaria al servicio del goce de la vida y de la «vivencia», sino un fundamento previo y primordial que templa la vida.

El arte es así el experimentar creador de lo que deviene, de la vida misma, y también la filosofía -pensada de modo metafísico, no estético- no es, en cuanto pensar pensante, otra cosa que «arte».

El arte, dice Nietzsche, tiene más valor que la verdad; esto quiere decir que llega más cerca de lo real, de lo que deviene, de la «vida», que lo verdadero, lo que ha sido fijado e inmovilizado. El arte se arriesga y conquista el caos, la exuberancia oculta, rebosante, indómita, de la vida, el caos que en un principio aparece como un mero hervidero confuso y que por determinadas razones tiene que aparecer así.

Habíamos partido de que en la base del enunciado inmediato acerca de un objeto cotidiano del tipo de la pizarra, está ya la pizarra como conocimiento. Para caracterizar el conocer fue necesario preguntar antes qué hay implícito en el conocimiento de lo que sale al encuentro y está previamente dado de este modo. Al hacerlo se volvió claro en qué medida lo que sale al encuentro -la multiplicidad de las sensaciones- puede comprenderse como caos. Al mismo tiempo, fue necesario mostrar la amplitud y el carácter esencial con los que Nietzsche comprende el concepto de caos. Lo que ha de conocerse y es cognoscible es caos, pero éste nos sale al encuentro de modo corporal, es decir en estados corporales e integrado y referido a ellos; el caos no sale al encuentro sólo en los estados corporales, sino que ya al vivir nuestro cuerpo vive corporalmente como una ola en la corriente del caos.

Dentro del círculo de sus acepciones modernas, «caos» tiene un doble significado: entendido en su sentido propio y absoluto, la palabra significa para Nietzsche el «mundo» en su totalidad, la plenitud indómita y que se sobrepuja de modo inagotable de aquello que se crea y se destruye a sí mismo (n.1.067), sólo dentro de la cual lo que es ley y lo que no lo es se forma y se desintegra. Tomado superficialmente, «caos» significa eso mismo, pero en la apariencia más inmediata de confusión y de hervidero con la que sale al encuentro a los seres vivientes individuales; estos seres vivientes, pensados de modo leibniziano, son «espejos vivientes», «puntos metafísicos» en los que la totalidad del mundo se recoge y muestra en la delimitada claridad de una correspondiente perspectiva. Al tratar de aclarar cómo se llega a poner el caos como lo que es cognoscible y tiene que ser conocido, nos topamos de improviso con el que conoce, con el ser viviente que aprehende el mundo y se apodera de él. No es una casualidad, porque lo cognoscible y lo cognoscente se determinan en su respectiva esencia de modo unitario a partir del mismo fundamento esencial. El conocer no es como un puente que en algún momento y secundariamente une dos orillas de un río que subsisten por sí, sino que es él mismo un río que al fluir crea las orillas y las vuelve una hacia otra de un modo más originario que lo que pueda nunca hacerlo un puente.

viernes, 5 de febrero de 2010

Cuando Tropieces con la Desverguenza


Por Marco Aurelio
Meditaciones; libro IX párrafo 42


Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: «¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?» No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente debe existir en el mundo. Ten a mano también esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar en seguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos fallos. Porque le concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. Y tu mal y tu perjuicio tienen aquí toda su base. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más quieres al beneficiar a un hombre? ¿No te basta con haber obrado conforme a tu naturaleza, sino que buscas una recompensa? Como si el ojo reclamase alguna recompensa porque ve, o los pies porque caminan. Porque, al igual que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin.