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Por Francisco M. Álvarez
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La mujer ideal de las feministas es aquella “fuerte, independiente
y empoderada”. Que desde que ha nacido sabe lo que quiere,
¡mandar!, y ningún hombre, ningún pueblo de machistas le
impedirá cumplir sus sueños.
Es
una mujer que no se destaca por la belleza, ni le importa, porque ese
es un rasgo heteropatriarcal. Y ella está para satisfacer sus
propios deseos y no los de la sociedad tradicional.
La
mujer ideal no busca un príncipe azul, para nada, es más ella
obedecerá primero que a nadie, y con mucho gusto, a una Reina, a
otra mujer de cabeza coronada –para demostrar que “las mujeres
también pueden dirigir un país”.
Y
por supuesto, el gobierno de la mujer ideal no puede ser tachado de
débil o cobarde por los malvados machistas que tratan de
menospreciarla. ¡Jamás!
Porque
la mujer ideal es lo contrario al estereotipo de la damisela clásica,
frágil y conciliadora: ella ha venido a mandar, ella ha venido a
imponerse, ella es la fuerza de todas las mujeres del pasado (eso nos
dicen). Y si algún engreído grupo de hombres –pongamos por
ejemplo, una rebelión de brutos mineros, de caras negras por el
carbón– intentara colocarle piedras en el camino, ella los
correría del medio a palos si fuera necesario.
Y
agreguemos más; a la mujer ideal, que sueña desde niña gobernar y
que cumple su deseo (como sabemos que toda feminista siempre
cumple), cuando esté en su puesto de mando, no le temblará el
pulso contra el mundo plagado de machos.
Y
si alguien en algún extremo del globo, allá en el finis mundus,
osara plantarle bandera, mirarla mal y pelarla, ¡sólo porque
es mujer!, por supuesto, pues nuestra dama, nuestra gran mujer,
les iría a mostrar el acero del que está templado el corazón de
una verdadera feminista moderna.
Y
más aún si aquellos locos se creyeran un pueblo de guerreros, y más
aún si aquellos energúmenos no hablasen siquiera el idioma
civilizado del orbe –y ni conocieran siquiera el “lenguaje
inclusivo”.
A
esos locos que le presentasen batalla a la mujer ideal, sólo les
corresponderá la derrota y el castigo. El escarmiento a manos de la
majestuosa nación dirigida por una mujer ideal, que siempre soñó
con mandar, en un Estado dirigido por mujeres (donde cada bastón de
mariscal lleva el signo de Venus).
Y
la mujer ideal, me dirán ustedes, ¡Pues no existe!
Y
yo les diré, ¡que sí, malditos machistas!
Y
esa mujer ideal existió y venció a un pueblo retrógrado de
“fascistas”, que aún adoraban su bandera, anhelaban
recuperar su tierra patria, que hacían actos heroicos sólo propios
de machos y ni siquiera compartían los ritos progresistas y
avanzados de las potencias del norte.
Esa
mujer ideal feminista, fuerte, independiente, “empoderada”.
¡Sí que existió!
Existió
y se llamaba Margarita, señores (¡violadores y machistas!).
Se
llamaba Margarita, como la flor; un nombre delicado, dirán ustedes.
Pero
las feministas les contestaremos: sus padres le pusieron el
patriarcal nombre de una florecilla, pero ella se forjó su propio
nombre, y ese nombre con el que fue conocida es “La Dama de
Hierro”.