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viernes, 30 de agosto de 2013

Heráclito: un conservador-revolucionario

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Por Rodolfo Mondolfo

El año anterior a la publicación del ensayo de Spengler había salido en Viena la segunda edición del primer tomo de la obra mayor de Theodor Gomperz, Griechische Denker, cuya primera edición en cuadernos, realizada de 1893 a 1902, había excitado gran interés entre los helenistas, quedando empero desconocida a Spengler que sólo cita un escrito anterior de Gomperz (de 1886, en Wiener Sitzungsberichte).

Gomperz incluye a Heráclito entre los naturalistas jónicos, vinculándolo - a pesar de su soberbia presunción de no deber nada a ningún maestro - con la escuela de Mileto y especialmente  de Anaximandro. Lo considera el primer cerebro especulativo entre los griegos, justificando en parte su orgullo por la superioridad de su sabiduría enigmática, que lo hace menospreciador de los poetas mitólogos y del vulgo que los sigue, así como de la erudición (polymathia) de los investigadores antecedentes. La originalidad de Heráclito no está para Gomperz en su teoría de la materia primordial - el fuego el más apto para el proceso de la vida universal que nunca tiene descanso -, ni en la de los ciclos de transformación v recuperación del fuego (caminos hacia abajo y hacia arriba, coincidentes e idénticos), sino en el descubrimiento de las relaciones entre la vida de la naturaleza y la del espíritu, por cuyo motivo el orden natural se le muestra, más que a Anaximandro, como un orden moral.

El principio universal divino representa para Heráclito la inteligencia y vida universales (Zeus), que en todo ser, así como en el cosmos entero, se manifiestan como ciclo incesante de construcción y destrucción, que se ha realizado y se realizará infinitas veces en el transcurso infinito del tiempo. La teoría de los ciclos cósmicos está asociada con la del flujo universal de la materia «eternamente viviente», comparable con el fluir de un río cuya agua cambia sin cesar. Todo se mueve y cambia aun cuando su transformación escapa a nuestra percepción; lo cual parece a Gomperz una anticipación heraclítea del descubrimiento de los movimientos invisibles que la teoría atomista más tarde explicará.

Como contraparte del cambio incesante, Heráclito afirma la coexistencia de los opuestos, en la cual Gomperz ve presentarse la relatividad de las propiedades: ambas llevan a la negación de toda estabilidad del ser y a la identidad de los contrarios, cuyo carácter paradójico satisface de manera particular a Heráclito, quien prefiere las aseveraciones oscuras y enigmáticas. Sin embargo, sus exageraciones y orgías especulativas sirven para dar relieve a verdades no reconocidas antes de él. Heráclito habría puesto así de relieve el principio de la relatividad, en las sensaciones relativas al individuo, en las instituciones relativas a los tiempos; todo lo cual explica y justifica cambios y contradicciones de que no podía dar cuenta una concepción rígida y estática de la realidad.

Llegamos así a la coexistencia de los contrarios convertida en fundamento de toda valoración, de toda vida v actividad, de toda armonía. El conflicto es padre y rey de todos los seres, de toda jerarquía de valores, que no podrían producirse sin el choque de fuerzas opuestas en el cosmos y la sociedad humana. De allí la exaltación de los héroes muertos en la batalla.

Sin embargo, Heráclito nos reserva una sorpresa aun mayor con la intuición de una ley única que domina en la vida de la naturaleza tal como en la de los hombres: ley de medida, ley divina, logos eterno, cuyo imperio universal se substituye a la multiplicidad arbitraria de los dioses del politeísmo. Gomperz juzga semejante idea inspirada a Heráclito por los descubrimientos pitagóricos de la ley del número en la astronomía y la acústica. Ajeno a las investigaciones exactas, Heráclito podía, no obstante, volverse heraldo de la nueva filosofía. Sus explicaciones a menudo son pueriles, pero su intuición genial de las analogías le permite extender de uno a otro campo los descubrimientos ajenos. En esto le sirve también su elección del fuego como materia primordial, que le ayudaba a unificar el mundo natural con el anímico y el social.

Hacia la intuición de la ley universal le empujaba la exigencia de una permanencia eterna frente al flujo universal de las cosas; semejante permanencia la encuentra en la ley inmutable que se unifica con la materia animada e inteligente en la concepción mística de la razón universal. No es fácil de reconocer esta ley o razón universal, porque la naturaleza ama ocultarse; pero (agrega Heráclito) hay que esperar lo inesperado y ver, aun en las leyes humanas, la ley divina que lo domina todo.

Por esta idea de una ley eterna inmutable - dice Gomperz - pudo Heráclito ser fuente de una corriente religiosa y conservadora; por el principio de la relatividad, en cambio fue iniciador de una corriente escéptica y revolucionaria. Por un lado procede de él el fatalismo resignado de los estoicos y la identidad hegeliana de racional y real; por el otro el radicalismo de la izquierda hegeliana y de Proudhon. Puede decirse, concluye Gomperz, que Heráclito es conservador porque ve en toda negación el elemento positivo; es revolucionario porque en toda afirmación ve el elemento negativo. La relatividad le inspira la justicia de sus valoraciones históricas, pero le impide considerar como definitiva cualquier institución existente.
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~ Von Thronstahl - Adoration to Europa ~
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* MONDOLFO, R., <<Interpretaciones de Heráclito en el último medio siglo>> en SPENGLER, O. Heráclito. 1947. Buenos Aires. Espasa-Calpe. p.15-17.

jueves, 29 de agosto de 2013

sábado, 24 de agosto de 2013

Heráclito y el momento de luchar

~ Stanley Meltzoff - Thermopylae ~
Fragmentos de Heráclito en la traducción de Rodolfo Mondolfo*, el número rojo indica la numeración establecida por la edición de Diels-Kranz, y entre paréntesis, la fuente que los transmite. 

4. (de Albertus M., De veget., VI, 401, p. 545 Meyer)
[Dijo Heráclito que] si la felicidad estuviera en los deleites del cuerpo, llamaríamos felices a los bueyes cuando encuentran legumbres para comer.

29. (de Clem., Stromat., V, 60)
Prefieren, pues, los mejores, una cosa única en vez de todas [las demás], gloria eterna antes que cosas mortales; la mayoría, en cambio, quiere atiborrarse como ganado.


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24. (de Clem., Stromat., IV, 16) 
A los muertos por Ares (= en la batalla) los honran dioses y hombres.

53. (de Hippol., Refut., IX, 9, 4)
Pólemos (la guerra) es el padre de todas las cosas y el rey de todas, y a unos los revela dioses, a los otros hombres, a los unos los hace libres, a los otros esclavos.

80. (de Orig., Contra Cels., VI, 42)
 Es preciso saber que la guerra es común [a todos los seres], y la justicia es discordia, y todas las cosas se engendran por discordia y necesidad. 

MONDOLFO, R. Heráclito. Textos y problemas de su interpretación. Siglo XXI. Méjico. 2007. p.31-34

jueves, 15 de agosto de 2013

La filosofía ante la finitud de la existencia

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 405. Séneca, Epístolas 104, 21 [S.V.F. I 258] *

Si con los griegos te agrada conversar, trata con Sócrates y con Zenón: el uno te enseñará a morir cuando sea necesario; el otro, antes de que lo sea (116).

116. Séneca se refiere aquí al hecho de que Sócrates afrontó con serenidad la pena capital, y bebió sin temor la cicuta (...), y al hecho de que Zenón se suicidó, por considerar que el suicidio es lícito a quien ya no puede tolerar la vida (...).
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~   Manuel Domínguez Sánchez - El suicidio de Séneca   ~ 
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34. Luciano, Los longevos. 19 [S.V.F. I 36] *

Zenón, el fundador de la filosofía estoica [vivió] noventa y ocho [años]. De él se dice que, mientras entraba en la asamblea, al tropezar, exclamó: "¿Por qué me llamas?". Y, regresando a su casa, dejó de tomar alimento y puso fin a su vida.

* VV.AA. Los Estoicos Antiguos. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid. 2007. Págs. 125 y 23.

lunes, 12 de agosto de 2013

La muerte de Dios: el Único de Max Stirner

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Por Max Stirner

He fundado mi causa en nada. (1)

¿Qué causa es la que debo defender? Antes que nada la buena causa, la causa de Dios, de la verdad, de la libertad, de la humanidad, de la justicia; luego la de mi pueblo, la de mi gobernante, la de mi patria; más tarde será la del Espíritu (2) y miles más después. Únicamente mi causa no puede ser nunca mi causa. “Vergüenza del egoísta que no piensa más que en sí mismo”. ¿Pero esos cuyos intereses son sagrados, esos por quienes debemos trabajar, sacrificarnos y entusiasmarnos, cómo entienden su causa? 

Ustedes que saben de Dios tantas y tan profundas cosas; ustedes que durante siglos “exploraron las profundidades de la divinidad” y penetraron con sus miradas hasta lo profundo de su corazón, ¿pueden decirme cómo entiende Dios la “causa divina” que debemos servir nosotros? Y ya que tampoco nos ocultan los designios del Señor. ¿Qué quiere? ¿Qué persigue? ¿Abrazó, como  a nosotros se nos pide, una causa ajena y se ha hecho el campeón de la verdad y del amor? Este absurdo indigna; nos enseñan que siendo Dios todo amor y toda verdad, las causas del amor y de la verdad se confunden con la suya y le son consustanciales. Les repugna admitir que Dios pueda, como nosotros, hacer suya la causa de otro. “¿Pero abrazaría Dios la causa de la verdad si no fuera la suya?” Dios no se ocupa más que de su causa, porque al ser él todo en todo, todo es su causa. Pero nosotros no somos todo en todo, y nuestra causa es bien mezquina, bien despreciable; por eso debemos servir a una “causa superior”. Más claro: Dios no se preocupa más que de lo suyo, no se ocupa más que de sí mismo, no piensa en nadie más que en sí mismo y no se fija más que en sí mismo; ¡pobre del que contradiga sus mandatos! No sirve a nada superior y no trata más que de satisfacerse. La causa que defiende es únicamente la suya. Dios es un ególatra. 

¿Y la humanidad, cuyos intereses debemos defender como nuestros, qué causa defiende? ¿La de otro? ¿Una superior? No. La humanidad no se ve más que a sí misma, la humanidad no tiene otro objeto que la humanidad; su causa es ella misma. Con tal que ella se desarrolle no le importa que mueran los individuos y los pueblos; saca de ellos lo que puede sacar, y cuando han cumplido la tarea que les reclamaba, los echa al cesto de papeles inservibles de la historia. ¿La causa que defiende la humanidad, no es puramente egoísta?

Es inútil que siga y demuestre cómo cada una de esas cosas, Dios, Humanidad, etc., se preocupan sólo de su bien y no del nuestro. Revisen a los demás y vean por ustedes mismos si la Verdad, la Libertad, la Justicia, etc., se preocupan de ustedes para otra cosa que no sea pedirles su entusiasmo y sus servicios.

Que sean servidores dedicados, que les rindan homenaje, eso es todo lo que les piden. Miren a un pueblo redimido por nobles patriotas; los patriotas caen en la batalla o revientan de hambre y de miseria; ¿qué dice el pueblo? ¡Abonado con sus cadáveres se hace “floreciente”!. Mueren los individuos “por la gran causa del pueblo”, que se conforma con dedicarles alguna que otra lamentable frase de reconocimiento y se guarda para sí todo el provecho. Eso me parece un egoísmo demasiado lucrativo.

Pero vean al sultán que cuida tan tiernamente a “los suyos”. ¿No es la imagen de la más pura abnegación, y no es su vida un constante sacrificio? ¡Sí, por “los suyos”! ¿Se quiere hacer un ensayo? Qué se muestre que no se es “el suyo”, sino “el tuyo”, que se rechace su egoísmo y será uno perseguido, encarcelado, torturado. El sultán no basa su causa más que en sí mismo; es todo en todo, es el único, y no tolera a nadie que no sea uno de “los suyos”.

¿No les dicen nada estos ejemplos? ¿No les hacen pensar que un egoísta tiene razón? Yo, al menos, aprendo de ellos, y en vez de continuar sirviendo con desinterés a esos grandes egoístas, seré yo mismo el egoísta.

Dios y la humanidad no basaron su causa sobre nada, sobre nada más que ellos mismos. Yo basaré, entonces, mi causa sobre mí; soy, como Dios, la negación de todo lo demás, soy todo para mí, soy el único. 

Si Dios y la Humanidad son poderosos con lo que contienen, hasta el punto de que para ellos mismos todo está en todo, yo advierto que me falta a mi mucho menos todavía, y que no tengo que quejarme de mi “futilidad”. Yo no soy nada en el sentido de vacío, pero soy la nada creadora, la nada de la que saco todo.

¡Fuera entonces toda causa que no sea entera y exclusivamente la mía! Mi causa, me dirán, debería ser, al menos, la “buena causa”. ¿Qué es lo bueno, qué es lo malo? Yo mismo soy mi causa, y no soy ni bueno ni malo; esas no son, para mí, más que palabras.

Lo divino mira a Dios, lo humano mira al hombre. Mi causa no es divina ni humana, no es ni lo verdadero, ni lo bueno, ni lo justo, ni lo libre, es lo mío, no es general, sino única, como yo soy único.

Nada está por encima de mí.
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~  Survival Unit - One man's army  ~

1 - Primer verso del poema de Goethe "Vanitas! Vanitatum Vanitas!".
2 - Espíritu es la traducción más aceptable del término alemán Geist, que refiere a la noción de Idea o Idea Absoluta y que es tomada por Stirner de la filosofía de Hegel. En este libro es utilizada para referirse a la razón, la racionalidad, las ideas, etc. y se enfrenta tanto a la noción de mundo “material” o “natural” como a la de “Único” o “Yo”.

* STIRNER, M. El Único y su Propiedad. (1844). Anarres. Buenos Aires. 2004. Introducción. p. 13-15.

sábado, 10 de agosto de 2013

La vida de Heráclito por Diógenes Laercio

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Presentamos íntegra una de las fuentes más importantes para el estudio de Heráclito, la Vida de Diógenes Laercio (s. III d.c.), quien a partir de citas textuales construye anécdotas que retratan de modo vivaz la personalidad del efesio.
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Por Diógenes Laercio

~  IX. Heráclito (acmé 500 a. C.)  ~

1. Heráclito de Éfeso fue hijo de Blosón o, según algunos, de Heraconte. Tuvo su momento de plenitud en la Olimpiada sesenta y nueve (1). Fue, más allá que cualquier otro, altanero y despectivo, como se ve incluso por su propio libro, en el que dice: «La erudición no enseña a tener entendimiento. Pues, en ese caso, se lo habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras, y también a Jenófanes y a Hecateo» (2). Pues consiste en «una sola cosa la sabiduría: conocer el designio que lo gobierna todo a través de todo» (3). Y comentaba que Homero merecía ser expulsado de los certámenes y apaleado, y de igual modo Arquíloco (4).

2. Decía también que «es preciso extinguir la desmesura más que un incendio» (5), y que «debe el pueblo combatir en defensa de la ley como en defensa de la muralla» (6). Recrimina además a los efesios por haber desterrado a su camarada Hermodoro, cuando dice: «Sería justo que todos los efesios adultos se ahorcaran y dejaran la ciudad a los impúberes, ellos que expulsaron a un hombre más valioso que los demás, Hermodoro, diciendo: ninguno ha de ser muy valioso entre nosotros. Si hay alguien así, a otra parte y con otros váyase» (7). Al ser elegido para establecer leyes para sus conciudadanos, rehusó por estar ya regida la ciudad por un régimen depravado

3. Retirándose al templo de Ártemis, jugaba a las tabas con los niños. Como le rodeaban en corro los efesios les dijo: «¿De qué os sorprendéis, gente ruin? ¿Acaso no es mejor hacer esto que gobernar la ciudad en vuestra compañía?». Y al final volviéndose misántropo y apartándose a los montes, allí vivía, alimentándose de hierbas y verduras. Sin embargo, por este modo de vida, enfermó de hidropesía y regresó a la ciudad, donde comenzó a preguntar enigmáticamente a los médicos si podían obtener sequedad a partir de un exceso de agua. Como ellos no le comprendieron, se enterró en un establo de bueyes, con la esperanza de que bajo el calor animal de las boñigas se evaporaría la humedad de su cuerpo. Pero sin conseguir nada tampoco por este medio, murió tras vivir sesenta años.

 
~  Richard Strauss - Ein Heldenleben, por G. Prêtre y la Filarmónica de Viena ~

jueves, 8 de agosto de 2013

La Libertad y la Responsabilidad




Por Ernst Jünger

"El grado de libertad de que dispone una fuerza es directamente proporcional al grado de vinculación que a esa fuerza le ha sido dispensada; y lo que en la extensión de la voluntad liberada se revela es la extensión de la responsabilidad que otorga a esa voluntad su validez y su justificación. Esto encuentra su expresión en el hecho de que las únicas cosas que logran penetrar en nuestra realidad, en nuestra historia y destino, son aquellas que llevan en sí el sello de la mencionada responsabilidad."

~  Ernst Jünger, héroe del siglo XX  ~
"Los sitios donde nuestra libertad se revela con el máximo poder son aquellos donde su soporte es la conciencia de que la libertad es algo concedido en feudo."

"Todos los hombres y todas las cosas se hallan emplazados en el orden de la enfeudación, y al jefe se lo reconoce en que es el primer servidor, el primer soldado, el primer trabajador. De ahí que la libertad y el orden estén referidos no a la sociedad, sino al Estado, y que el modelo de toda articulación sea la articulación del ejército y no el contrato social"

"Lo que es preciso reconocer es esto: que el dominio y el servicio son una misma cosa. Del poder milagroso que en tal reside no se ha percatado nunca la edad del tercer estado, pues demasiados baladíes y demasiado humanos fueron los goces que a ella le parecieron dignos de sus afanes."

* Extractos del capítulo "La Edad del Tercer Estado como Edad del Dominio Aparente" en JÜNGER, E. El Trabajador. Tusquets. Barcelona.

martes, 6 de agosto de 2013

Heráclito por Spengler (I). Su personalidad.

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Presentamos la primera entrega de pasajes seleccionados de la obra Heráclito de Oswald Spengler. Esta vez, el segundo capítulo completo de la introduccion (II).
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Por Oswald Spengler

Para la comprensión de esta doctrina sería un obstáculo no tener conocimiento de la gr ande y trágica personalidad de Heráclito. No podríamos comprender por qué este filósofo tradujo el agón (la lucha), la más alta costumbre de su tiempo, en costumbre del cosmos, y qué entendía por el fuego, al que atribuía el papel principal en el universo. Su doctrina es, aun por esta época y para un griego, personal en un grado inacostumbrado, sin que se tengan muchas noticias acerca de él mismo.

Vemos a un hombre cuyos sentimientos y pensamientos estaban del todo bajo el dominio de una desenfrenada inclinación aristocrática; tenía hacia ésta una fuerte disposición por nacimiento y educación, que había sido estimulada y aumentada por la resistencia y las desilusiones. En eso hay que buscar el motivo fundamental de todo rasgo de su vida y toda singularidad de su pensamiento. También en la enérgica concentración del sistema, en su alejamiento y desprecio de todas las particularidades y cosas accesorias, en su exposición mediante locuciones concisas, fuertes, comunes solamente a él, reconocemos la mano del aristócrata.

La nobleza helénica (1), cuyo ocaso se verifica en esta época, ha creado el período más bello y más importante dela cultura helénica. Ha determinado para siempre, por sus costumbres, el tipo del perfecto heleno, una cultura incomparablemente alta y noble del hombre individual (kalokagathía =probidad); ella representa no solamente derechos o intereses, sino una manera de considerar el mundo y un hábito (Burkhardt). Era una casta altiva, feliz, que exigía mandar o estaba acostumbrada a eso, orgullosa de su sangre, de su rango, de sus armas, de su antibanausia (desprecio del trabajo manual); ella por sí sola poseía la intelectualidad y el arte. Se puede comprender el enorme poderío ético de la casta y de su concepto de vida, sobre el espíritu de los individuos particulares. Ella misma podía sucumbir, mas quien estuviera una vez bajo su hechizo, no podía más eximirse de ella. Heráclito poseía de ella toda su conciencia de sí misma y todo su orgullo, una nobleza fuerte, involuntaria, extraña a toda reflexión sobre sí mismo; estaba vinculado con pasión a sus costumbres valerosas, sanas, llenas de la alegría de vivir, de lucha, del afán de conseguir gloria (2). Este hombre orgulloso, rígido, quería la diferencia entre mandador y mandado, honraba las costumbres transmitidas por la antigüedad y sus instituciones (3), que ya no eran más sagradas para la democracia. Era un conocedor demasiado profundo de los hombres para juzgar a los hombres de su tiempo simplemente, sin tener en cuenta el nacimiento y el rango. Creía en la diferencia homérica (4) entre los aristócratas (áristoi), los hombres que tienen un más amplio y noble concepto de la vida, y la muchedumbre (hói pollói) , en la que descubre con mirada aguda y de mofa los defectos de la clase (5) . No se deja arrastrar a atacar y discutir con el pueblo (démos); su buen gusto y su dominio de sí mismo, una de las primeras calidades de los griegos nobles se lo impiden (6) sin ira, sin ultrajar, juzga al pueblo desde arriba, fría, malignamente, con desprecio y asco, a veces escondiendo bajo una observación sarcástica la ira que sube.
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El nombre del filósofo que llora, que la antigüedad le dió, no puede haber surgido sin motivo, eso lo delatan las anécdotas (7) y varios de sus aforismos (8), de los que emana un tono amargo, ofendido. Vinculado por origen y cariño a un ideal de vida, nació en un tiempo en que este ideal no tenía más posibilidad de realización. El poderío y las costumbres s de la nobleza habían decaído o desaparecido. La democracia empezó a dominar. Era demasiado rígido y obstinado para ceder o para inútiles lamentaciones. Uno de los primeros y más influyentes cargos, en Éfeso, que le era destinado por herencia (el de basileús: rey) no era más, para él, lo que habría debido ser.  Renunció a ello. La vida de la pólis (Estado) iba perdiendo la forma aristocrática y la muchedumbre empezaba a gobernar. Entonces abandonó la ciudad, en la que habría podido ser un pequeño potentado, y se refugió en los montes, en una soledad voluntaria, una condición que, para el griego sociable, apegado al destino de su ciudad, significaba lo peor. Se quedó allá irreconciliable, aguantando una forma de vida que hacia el fin le llevó cerca de la locura, si se puede creer en Teofrasto (9).

Como heleno, la gloria, y se podría decir la celebridad, era para él el valer máximo (10). Se puede preguntar si esta soledad que él mismo había elegido, y los rasgos inacostumbrados, que atraían sobre él una atención asombrada, no hayan sido una compensación por la falta de un papel en Éfeso. Todo griego quería ser mencionado por todos, a cualquier precio. Heróstrato es un bien conocido ejemplo de lo que se podía intentar con este fin. Sin embargo, lo mismo vemos también en Alcibíades, Themístocles y cada cual que pueda ser considerado como un auténtico heleno. En Heráclito no podemos absolutamente olvidar ese fatal rasgo del carácter griego. Esta característica que a nuestros ojos aparece innoble, no es un afán que otorga al adversario magnanimidad y estima, sino una envidia incontenible que roe, un odio contra cada uno que fue más afortunado, una intolerancia (que va hasta la autodestrucción) de la conciencia de ser admirado menos que otros; una característica, que hizo que los griegos, con su vivacidad de sentimiento fueran un pueblo profundamente infeliz.

La consecuencia de esto, para la filosofía, es que en los tiempos antiguos no se llegó nunca a la consideración de un problema a través de una serie seguida de pensadores. Aquí cada cual empieza desde un principio, quizás propiamente del contrario; apenas algunos aceptan agradecidos los descubrimientos del predecesor.

Más bien se suelen poner en evidencia las diferencias y aún exagerarlas, y hasta llegar a Aristóteles, cada uno de los grandes miró a los otros con suficiente espíritu satírico. De Heráclito, como griego, no podemos esperar el reconocimiento de méritos ajenos. Al contrario, está inclinado a una áspera acentuación de las antinomias, en paradojas y antítesis, y si a veces menciona un nombre célebre, eso siempre se produce agregándole una malignidad (fr. 40, 57, 129; Plutarco: de lside, 48, 370). La peculiaridad de su destino acrecentó en él el amor propio del hombre excepcional y le llevó a una exageración de los impulsos de originalidad, a un rechazo, por principio fundamental de toda opinión ajena y también a evitar de expresión corrientes, que quizás le sonaban triviales. Bajo esas premisas hay que perseguir el génesis de su pensamiento y medir el grado de su dependencia de los sistemas contemporáneos.

~ Triore - Fires burn, like fires do ~

(1) Sobre la nobleza, véase Wachsmuth, Hellen. Altert. (Antigüedad griega) I, pág. 347 y sig.; J.Burkhardt, Griech. Kulturgesch. (Historia de la cultura griega) l, pág. 171 y sig., IV, pág. 86 y sig.
(2) Fragm. 24; fragm. 25. La numeración de los fragmentos sigue la de H. Diels. Heráclito de Éfeso  griego y alemán, Berlín, 1901. (Esta numeración de los fragmentos está conservada también en la edición de los Presocráticos, de H. Diels,  5ta. ed., Berlín 1 934, Elabor. por W. Kranz. Texto y traducción pág. 150 y sig. Nota del editor alemán).
(3) Frag. 33; fragm. 44.
(4) áristos (óptimo), jaríeis (gracioso), en Homero tienen el sentido de nobleza. Ilíad. VII, 159, 327, XIX, 193. Od. I, 245 y a menudo. Así también en Heráclito, fragms. 13, 29, 49, 104. Hoí polloí (la muchedumbre), fragms. 2, 17, 29.
(5) Entre muchos otros en fragm. 29. Fragm, 104.
(6) Fragm. 43. También fragm. 47.
(7) Dióg. Laert., IX, 3.
(8) Fragm. 121. También fragm. 85.
(9) Dióg. Laert. IX, 6.
(10) Fragms. 24, 25, 29.

Aclaración de El Frente: Obviamos las citas de los fragmentos, dejando las referencias a los mismos. 

* SPENGLER, O. Heráclito: Estudio sobre el pensamiento energético fundamental de su filosofía  (1904). Espasa Calpe. Buenos Aires.  1947. II. Págs. 93-97.

viernes, 2 de agosto de 2013

El Heracliteo Brillo de la Victoria

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Por Friedrich Nietzsche

El devenir único y eterno, la radical inconsistencia de todo lo real, como enseñaba Heráclito, es una idea terrible y, perturbadora, emparentada inmediatamente en sus efectos con la sensación que experimentaría un hombre durante un temblor de tierra: la desconfianza en la firmeza del suelo. Es necesaria una fuerza prodigiosa para convertir esta sensación en su opuesta, en el entusiasmo sublime y beatificador. Y, sin embargo, esto lo consiguió Heráclito por una observación hecha sobre la procedencia efectiva de todo devenir y de todo perecer, que comprendió bajo la forma de polaridad, o sea, como desdoblamiento de una fuerza en dos actividades cualitativamente diferentes, opuestas y tendientes a su conciliación o reunión. Permanentemente una cualidad se divorcia de sí misma y se constituye en cualidad opuesta; permanentemente estas dos cualidades contrarias se esfuerzan por unirse otra vez. El vulgo cree, en efecto, conocer algo sólido, acabado, permanente; pero, en realidad, lo que hay en cada momento es luz y tinieblas, amargura y dulzura juntamente, como dos combatientes cada uno de los cuales obtuviese a su vez la supremacía. La miel es, según Heráclito, dulce y amarga a la vez, y el mundo mismo es un cráter que debe ser removido constantemente. De esta lucha de cualidades contrarias nace todo devenir: las cualidades determinadas, que a nosotros nos parecen permanentes, expresan sólo el instante de equilibrio de un combate: pero este equilibrio no pone fin a la lid, que dura eternamente. Todo acaece con arreglo a esta lucha, y precisamente esta lucha es la manifestación de la eterna justicia.  Esta representación, emanada de la más pura fuente del helenismo y que considera la lucha como el constante imperio de una justicia unitaria, rigurosamente enlazada con leyes eternas, es maravillosa. Solamente un griego podía hallar esta idea y emplearla para cimentar con ella una cosmodicea. Es la buena Eris de Hesíodo, elevada a principio del mundo: es la idea que preside el combate de los griegos entre sí, de los Estados griegos, en el gimnasio, en la palestra, en los agonales artísticos, en las relaciones de los partidos y de las ciudades unas con otras, así sucesivamente hasta constituir la máquina del Cosmos. Así como  lucha el griego, como si sólo él tuviera razón y se viese asistido de un criterio y como si un juez infaliblemente determinase en cada momento de qué parte se ha de inclinar la victoria, así luchan las ciudades unas con otras, según leyes indestructibles e inmanentes a esta lucha. Las cosas mismas en cuya permanencia y consistencia cree la estrecha cabeza del hombre y del animal, no tienen verdadera existencia: son los chispazos y relampagueos que lanzan las espadas que se cruzan, son el brillo de la victoria en la guerra de las cualidades contrarias. (...)
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 ~  Triarii : Victoria  ~
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* Extracto del parágrafo V de "La filosofía en la época trágica de los griegos" (1873). Incluido en NIETZSCHE, F. El nacimiento de la tragedia. Madrid; Alianza Editorial, 1973. pp. 195-266.