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Por Rodolfo
Mondolfo
El año anterior a
la publicación del ensayo de Spengler había salido en Viena la segunda edición
del primer tomo de la obra mayor de Theodor Gomperz, Griechische Denker, cuya
primera edición en cuadernos, realizada de 1893 a 1902, había excitado gran
interés entre los helenistas, quedando empero desconocida a Spengler que sólo
cita un escrito anterior de Gomperz (de 1886, en Wiener Sitzungsberichte).
Gomperz incluye a
Heráclito entre los naturalistas jónicos, vinculándolo - a pesar de su soberbia
presunción de no deber nada a ningún maestro - con la escuela de Mileto y
especialmente de Anaximandro. Lo
considera el primer cerebro especulativo entre los griegos, justificando en
parte su orgullo por la superioridad de su sabiduría enigmática, que lo hace
menospreciador de los poetas mitólogos y del vulgo que los sigue, así como de
la erudición (polymathia) de los investigadores antecedentes. La originalidad
de Heráclito no está para Gomperz en su teoría de la materia primordial - el
fuego el más apto para el proceso de la vida universal que nunca tiene descanso
-, ni en la de los ciclos de transformación v recuperación del fuego (caminos
hacia abajo y hacia arriba, coincidentes e idénticos), sino en el descubrimiento
de las relaciones entre la vida de la naturaleza y la del espíritu, por cuyo
motivo el orden natural se le muestra, más que a Anaximandro, como un orden
moral.
El principio
universal divino representa para Heráclito la inteligencia y vida universales
(Zeus), que en todo ser, así como en el cosmos entero, se manifiestan como
ciclo incesante de construcción y destrucción, que se ha realizado y se realizará
infinitas veces en el transcurso infinito del tiempo. La teoría de los ciclos
cósmicos está asociada con la del flujo universal de la materia «eternamente
viviente», comparable con el fluir de un río cuya agua cambia sin cesar. Todo
se mueve y cambia aun cuando su transformación escapa a nuestra percepción; lo
cual parece a Gomperz una anticipación heraclítea del descubrimiento de los movimientos
invisibles que la teoría atomista más tarde explicará.
Como contraparte
del cambio incesante, Heráclito afirma la coexistencia de los opuestos, en la
cual Gomperz ve presentarse la relatividad de las propiedades: ambas llevan a
la negación de toda estabilidad del ser y a la identidad de los contrarios,
cuyo carácter paradójico satisface de manera particular a Heráclito, quien
prefiere las aseveraciones oscuras y enigmáticas. Sin embargo, sus
exageraciones y orgías especulativas sirven para dar relieve a verdades no reconocidas antes de él. Heráclito habría puesto así
de relieve el principio de la relatividad, en las sensaciones relativas al individuo,
en las instituciones relativas a los tiempos; todo lo cual explica y justifica
cambios y contradicciones de que no podía dar cuenta una concepción rígida y
estática de la realidad.
Llegamos así a la
coexistencia de los contrarios convertida en fundamento de toda valoración, de
toda vida v actividad, de toda armonía. El conflicto es padre y rey de todos los
seres, de toda jerarquía de valores, que no podrían producirse sin el choque de
fuerzas opuestas en el cosmos y la sociedad humana. De allí la exaltación de
los héroes muertos en la batalla.
Sin embargo,
Heráclito nos reserva una sorpresa aun mayor con la intuición de una ley única
que domina en la vida de la naturaleza tal como en la de los hombres: ley de
medida, ley divina, logos eterno, cuyo imperio universal se substituye a la
multiplicidad arbitraria de los dioses del politeísmo. Gomperz juzga semejante
idea inspirada a Heráclito por los descubrimientos pitagóricos de la ley del
número en la astronomía y la acústica. Ajeno a las investigaciones exactas, Heráclito
podía, no obstante, volverse heraldo de la nueva filosofía. Sus explicaciones a
menudo son pueriles, pero su intuición genial de las analogías le permite
extender de uno a otro campo los descubrimientos ajenos. En esto le sirve también
su elección del fuego como materia primordial, que le ayudaba a unificar el
mundo natural con el anímico y el social.
Hacia la
intuición de la ley universal le empujaba la exigencia de una permanencia
eterna frente al flujo universal de las cosas; semejante permanencia la
encuentra en la ley inmutable que se unifica con la materia animada e
inteligente en la concepción mística de la razón universal. No es fácil de
reconocer esta ley o razón universal, porque la naturaleza ama ocultarse; pero
(agrega Heráclito) hay que esperar lo inesperado y ver, aun en las leyes
humanas, la ley divina que lo domina todo.
Por esta idea de
una ley eterna inmutable - dice Gomperz - pudo Heráclito ser fuente de una
corriente religiosa y conservadora; por el principio de la relatividad, en
cambio fue iniciador de una corriente escéptica y revolucionaria. Por un lado
procede de él el fatalismo resignado de los estoicos y la identidad hegeliana
de racional y real; por el otro el radicalismo de la izquierda hegeliana y de
Proudhon. Puede decirse, concluye Gomperz, que Heráclito es conservador porque
ve en toda negación el elemento positivo; es revolucionario porque en toda
afirmación ve el elemento negativo. La relatividad le inspira la justicia de
sus valoraciones históricas, pero le impide considerar como definitiva cualquier
institución existente.
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~ Von Thronstahl - Adoration to Europa ~
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~ Von Thronstahl - Adoration to Europa ~
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* MONDOLFO, R., <<Interpretaciones de Heráclito en el último medio siglo>> en SPENGLER, O. Heráclito. 1947. Buenos Aires. Espasa-Calpe. p.15-17.