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Presentamos la primera entrega de pasajes seleccionados de la obra Heráclito de Oswald Spengler. Esta vez, el segundo capítulo completo de la introduccion (II).
Presentamos la primera entrega de pasajes seleccionados de la obra Heráclito de Oswald Spengler. Esta vez, el segundo capítulo completo de la introduccion (II).
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Por Oswald Spengler
Para la comprensión de esta doctrina sería un obstáculo no tener conocimiento
de la gr ande y trágica personalidad de Heráclito. No podríamos comprender por
qué este filósofo tradujo el agón (la
lucha), la más alta costumbre de su tiempo, en costumbre del cosmos, y qué
entendía por el fuego, al que atribuía el papel principal en el universo. Su
doctrina es, aun por esta época y para un griego, personal en un grado
inacostumbrado, sin que se tengan muchas noticias acerca de él mismo.
Vemos a un hombre cuyos sentimientos y pensamientos estaban
del todo bajo el dominio de una desenfrenada inclinación aristocrática; tenía
hacia ésta una fuerte disposición por nacimiento y educación, que había sido
estimulada y aumentada por la resistencia y las desilusiones. En eso hay que
buscar el motivo fundamental de todo rasgo de su vida y toda singularidad de su
pensamiento. También en la enérgica concentración del sistema, en su
alejamiento y desprecio de todas las particularidades y cosas accesorias, en su
exposición mediante locuciones concisas, fuertes, comunes solamente a él,
reconocemos la mano del aristócrata.
La nobleza helénica (1), cuyo ocaso se verifica en esta
época, ha creado el período más bello y más importante dela cultura helénica.
Ha determinado para siempre, por sus costumbres, el tipo del perfecto heleno,
una cultura incomparablemente alta y noble del hombre individual (kalokagathía =probidad); ella representa
no solamente derechos o intereses, sino una manera de considerar el mundo y un
hábito (Burkhardt). Era una casta altiva, feliz, que exigía mandar o estaba acostumbrada a eso, orgullosa de
su sangre, de su rango, de sus armas, de su antibanausia
(desprecio del trabajo manual); ella por sí sola poseía la intelectualidad y el
arte. Se puede comprender el enorme poderío ético de la casta y de su concepto
de vida, sobre el espíritu de los individuos particulares. Ella misma podía
sucumbir, mas quien estuviera una vez bajo su hechizo, no podía más eximirse de
ella. Heráclito poseía de ella toda su conciencia de sí misma y todo su
orgullo, una nobleza fuerte, involuntaria, extraña a toda reflexión sobre sí
mismo; estaba vinculado con pasión a sus costumbres valerosas, sanas, llenas de
la alegría de vivir, de lucha, del afán de conseguir gloria (2). Este hombre
orgulloso, rígido, quería la diferencia entre mandador y mandado, honraba las
costumbres transmitidas por la antigüedad y sus instituciones (3), que ya no
eran más sagradas para la democracia. Era un conocedor demasiado profundo de
los hombres para juzgar a los hombres de su tiempo simplemente, sin tener en
cuenta el nacimiento y el rango. Creía en la diferencia homérica (4) entre los
aristócratas (áristoi), los hombres que tienen un más amplio y noble concepto
de la vida, y la muchedumbre (hói pollói) , en la que descubre con mirada aguda
y de mofa los defectos de la clase (5) . No se deja arrastrar a atacar y
discutir con el pueblo (démos); su buen gusto y su dominio de sí mismo, una de
las primeras calidades de los griegos nobles se lo impiden (6) sin ira, sin
ultrajar, juzga al pueblo desde arriba, fría, malignamente, con desprecio y
asco, a veces escondiendo bajo una observación sarcástica la ira que sube.
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El nombre del filósofo que llora, que la antigüedad le dió, no puede haber surgido sin motivo, eso lo delatan las anécdotas (7) y varios de sus aforismos (8), de los que emana un tono amargo, ofendido. Vinculado por origen y cariño a un ideal de vida, nació en un tiempo en que este ideal no tenía más posibilidad de realización. El poderío y las costumbres s de la nobleza habían decaído o desaparecido. La democracia empezó a dominar. Era demasiado rígido y obstinado para ceder o para inútiles lamentaciones. Uno de los primeros y más influyentes cargos, en Éfeso, que le era destinado por herencia (el de basileús: rey) no era más, para él, lo que habría debido ser. Renunció a ello. La vida de la pólis (Estado) iba perdiendo la forma aristocrática y la muchedumbre empezaba a gobernar. Entonces abandonó la ciudad, en la que habría podido ser un pequeño potentado, y se refugió en los montes, en una soledad voluntaria, una condición que, para el griego sociable, apegado al destino de su ciudad, significaba lo peor. Se quedó allá irreconciliable, aguantando una forma de vida que hacia el fin le llevó cerca de la locura, si se puede creer en Teofrasto (9).
El nombre del filósofo que llora, que la antigüedad le dió, no puede haber surgido sin motivo, eso lo delatan las anécdotas (7) y varios de sus aforismos (8), de los que emana un tono amargo, ofendido. Vinculado por origen y cariño a un ideal de vida, nació en un tiempo en que este ideal no tenía más posibilidad de realización. El poderío y las costumbres s de la nobleza habían decaído o desaparecido. La democracia empezó a dominar. Era demasiado rígido y obstinado para ceder o para inútiles lamentaciones. Uno de los primeros y más influyentes cargos, en Éfeso, que le era destinado por herencia (el de basileús: rey) no era más, para él, lo que habría debido ser. Renunció a ello. La vida de la pólis (Estado) iba perdiendo la forma aristocrática y la muchedumbre empezaba a gobernar. Entonces abandonó la ciudad, en la que habría podido ser un pequeño potentado, y se refugió en los montes, en una soledad voluntaria, una condición que, para el griego sociable, apegado al destino de su ciudad, significaba lo peor. Se quedó allá irreconciliable, aguantando una forma de vida que hacia el fin le llevó cerca de la locura, si se puede creer en Teofrasto (9).
Como heleno, la gloria, y se podría decir la celebridad, era
para él el valer máximo (10). Se puede preguntar si esta soledad que él mismo
había elegido, y los rasgos inacostumbrados, que atraían sobre él una atención
asombrada, no hayan sido una compensación por la falta de un papel en Éfeso.
Todo griego quería ser mencionado por todos, a cualquier precio. Heróstrato es
un bien conocido ejemplo de lo que se podía intentar con este fin. Sin embargo,
lo mismo vemos también en Alcibíades, Themístocles y cada cual que pueda ser
considerado como un auténtico heleno. En Heráclito no podemos absolutamente
olvidar ese fatal rasgo del carácter griego. Esta característica que a nuestros
ojos aparece innoble, no es un afán que otorga al adversario magnanimidad y
estima, sino una envidia incontenible que roe, un odio contra cada uno que fue
más afortunado, una intolerancia (que va hasta la autodestrucción) de la
conciencia de ser admirado menos que otros; una característica, que hizo que
los griegos, con su vivacidad de sentimiento fueran un pueblo profundamente infeliz.
La consecuencia de esto, para la filosofía, es que en los tiempos
antiguos no se llegó nunca a la consideración de un problema a través de una
serie seguida de pensadores. Aquí cada cual empieza desde un principio, quizás
propiamente del contrario; apenas algunos aceptan agradecidos los
descubrimientos del predecesor.
Más bien se suelen poner en evidencia las diferencias y aún
exagerarlas, y hasta llegar a Aristóteles, cada uno de los grandes miró a los
otros con suficiente espíritu satírico. De Heráclito, como griego, no podemos esperar el reconocimiento
de méritos ajenos. Al contrario, está inclinado a una áspera acentuación de las
antinomias, en paradojas y antítesis, y si a veces menciona un nombre célebre,
eso siempre se produce agregándole una malignidad (fr. 40, 57, 129; Plutarco: de lside, 48, 370). La peculiaridad de
su destino acrecentó en él el amor propio del hombre excepcional y le llevó a
una exageración de los impulsos de originalidad, a un rechazo, por principio
fundamental de toda opinión ajena y también a evitar de expresión corrientes,
que quizás le sonaban triviales. Bajo esas premisas hay que perseguir el
génesis de su pensamiento y medir el grado de su dependencia de los sistemas
contemporáneos.
~ Triore - Fires burn, like fires do ~
(2) Fragm. 24; fragm. 25. La numeración de los fragmentos sigue la de H. Diels. Heráclito de Éfeso griego y alemán, Berlín, 1901. (Esta numeración de los fragmentos está conservada también en la edición de los Presocráticos, de H. Diels, 5ta. ed., Berlín 1 934, Elabor. por W. Kranz. Texto y traducción pág. 150 y sig. Nota del editor alemán).
(3) Frag. 33; fragm. 44.
(4) áristos (óptimo), jaríeis (gracioso), en Homero tienen el sentido de nobleza. Ilíad. VII, 159, 327, XIX, 193. Od. I, 245 y a menudo. Así también en Heráclito, fragms. 13, 29, 49, 104. Hoí polloí (la muchedumbre), fragms. 2, 17, 29.
(5) Entre muchos otros en fragm. 29. Fragm, 104.
(6) Fragm. 43. También fragm. 47.
(7) Dióg. Laert., IX, 3.
(8) Fragm. 121. También fragm. 85.
(9) Dióg. Laert. IX, 6.
(10) Fragms. 24, 25, 29.
Aclaración de El Frente: Obviamos las citas de los fragmentos, dejando las referencias a los mismos.
* SPENGLER, O. Heráclito: Estudio sobre el pensamiento energético fundamental de su filosofía (1904). Espasa Calpe. Buenos Aires. 1947. II. Págs. 93-97.

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